domingo, 28 de noviembre de 2010

El sacerdocio universal de los creyentes y el ministerio eclesial

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
http://yoestoyalapuerta.blogspot.com/

El libro de Russell Burrill Revolución en la iglesia. Secretos para liberar el poder del laicado (Gema/APIA, 2005) propone una redefinición de la forma de trabajar en las iglesias, según la cual los pastores deben fomentar que los “laicos” asuman responsabilidades, y éstos han de organizarse para aprovechar todo su potencial de cara a la evangelización y a la dinamización de la propia iglesia.


Sacerdotes, laicos, ancianos, pastores

Para ello, según Burrill, es necesario que los adventistas comprendamos con claridad una enseñanza bíblica fundamental: el sacerdocio universal de los creyentes. Tristemente, es frecuente comprobar que en nuestro medio perviven interpretaciones que dividen a los miembros de iglesia en dos “niveles”: por un lado estarían los “laicos” o miembros comunes, y por encima de ellos los ministros (con su correspondiente jerarquía: administradores, pastores ordenados, pastores no ordenados…). Una errónea interpretación de la ordenación tiende a conferir a los pastores un rango sacerdotal; de hecho, es común atribuir a los pastores funciones propias de los sacerdotes del Antiguo Testamento, como si el equivalente de los sacerdotes en la iglesia fueran los pastores (éste es uno de los absurdos argumentos que se suele utilizar para rechazar la ordenación de la mujer: en el antiguo Israel Dios no aceptó “sacerdotisas”).

Por todo ello, satisface comprobar que Burrill expone con claridad la enseñanza bíblica del sacerdocio universal. Procedo a reproducir amplios pasajes de la obra, añadiendo negritas a su texto e insertando algunos comentarios personales.

«El Nuevo Testamento anuncia en términos inequívocos la restauración de lo que Adán había perdido: el privilegio de todo creyente de ser sacerdote delante de Dios. La muerte de Cristo en el Gólgota ha eliminado a la clase sacerdotal para siempre. Cristo ha derribado toda pared, incluyendo la que separaba a los pastores de los laicos. En el reino de Cristo hay una sola clase: la clase sacerdotal en la que nacen todos los creyentes cuando aceptan a Cristo Jesús como su Redentor» (pág. 30).

La enseñanza del sacerdocio universal está expresada en el libro que desarrolla las 28 creencias fundamentales de los adventistas del séptimo día (creencia 12, “La iglesia”, epígrafe “La organización de la iglesia”). Allí se señala que “este sacerdocio no hace distinciones de rango entre los ministros y los laicos, si bien deja lugar para una diferencia en función entre ambos grupos” (Creencias de los adventistas del séptimo día, Madrid, Safeliz, 1989, p. 167; destacados añadidos). Ahora bien, dada su importancia, quizá no aparezcan suficientemente destacadas las implicaciones de esta verdad; y cabe preguntarse si cuando se prepara con estudios bíblicos a una persona para el bautismo se enseña esta creencia (especialmente necesaria, dado que la mayoría de los catecúmenos arrastra una formación religiosa que tiende a elevar el rango de los “clérigos” y a menospreciar el de los “laicos”; véase Entre vosotros no será así).

En realidad el propio uso del término “laico” para designar a los fieles que no son obreros de la organización eclesiástica, si bien resulta útil, no es bíblicamente acertado. Aunque el término no aparece en la Escritura, se desprende de ella que en realidad todos somos laicos, pues “laico” significa “del pueblo”: procede del griego “laós” (pueblo), palabra que figura en numerosos pasajes donde siempre designa al conjunto de los fieles, y no sólo a los que no son ministros (Mateo 2: 6; Romanos 9: 26; 2 Corintios 6: 16; Tito 2: 14; Hebreos 2: 17; Apocalipsis 18: 4; 21: 3, etc.). El término griego “kleros” (de donde procede “clero”) sí aparece en el Nuevo Testamento, pero siempre con el sentido de “parte”, “herencia”, “suerte”, y nunca para designar a un grupo de hermanos diferenciado de los demás (Mateo 27: 35; Juan 19: 24; Hechos 1: 17; Colosenses 1: 12, etc.).

La Biblia explica sobre todo la función dirigente del anciano (griego “presbýteros”), equivalente al obispo (griego “epískopos”: Hechos 14: 23; 15: 2; 20: 17; 1 Timoteo 3: 2; 5: 17; Tito 1: 5, 7; Santiago 5: 14, etc.). Pero en nuestra iglesia, paradójicamente, se considera que los ancianos son “laicos”, pues a pesar de estar ordenados no son obreros de la organización. En cuanto a los pastores, sólo se citan en Efesios 4: 11; Hebreos 13; 7, 17, 24 y 1 Pedro 5: 4, sin especificar claramente unas funciones diferenciadas de las de los ancianos (véase la exposición que del asunto hace Rolf Pöhler en “Misión – Bendición – Ordenación”, capítulo 7 de la obra La iglesia de Cristo. Su misión y su ministerio en el mundo, del Comité de Investigación Bíblica, Conferencias Bíblicas de la División Euroafricana, 1993, págs. 205-210).


¿Qué implica el sacerdocio universal?

Uno de los principales textos bíblicos en que se fundamenta la enseñanza del sacerdocio universal es 1 Pedro 2: 5, 9:



Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. […] Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.
Sigo citando el libro de Burrill: «De acuerdo con el apóstol Pedro todos los cristianos pertenecen al sacerdocio. En el Nuevo Testamento la iglesia no tiene un sacerdocio. Ella es un sacerdocio. El sacerdocio de todos los creyentes es el único sacerdocio autorizado en el Nuevo Testamento. Aquí tenemos la restauración completa de lo que Adán había perdido. Todos los hijos de Dios tienen ahora acceso directo al Padre, y todos los hijos de Dios tienen derecho al ministerio. Ese derecho ha sido enteramente establecido por el ministerio redentor de Cristo» (págs. 30-31).

Tras citar Romanos 12: 1, Burrill continúa: «De acuerdo con Pablo y con Pedro, el ministerio no es un derecho, ni siquiera un privilegio exclusivo de cada uno de los creyentes del Nuevo Testamento; sino que es resultado natural de llegar a ser cristiano. La iglesia del Nuevo Testamento no concebía que hubiera algún cristiano que no estuviera involucrado en el ministerio. Era algo que estaba implícito en la teología de los primeros cristianos. Era su derecho y privilegio porque Cristo había muerto por ellos.

»De alguna manera, en esta era moderna, hemos divorciado el ministerio del cristianismo básico. Ha ganado aceptación la idea de que es posible ser cristiano y no compartir las labores del ministerio. El ministerio, se han atrevido a declarar algunos, es únicamente responsabilidad del pastorado. Inclusive algunos pastores han advertido a los laicos que no entren en sus dominios. Sin embargo, ejercer el ministerio no es prerrogativa solamente del pastorado. Al contrario, es el dominio adecuado de todos los creyentes. Ese derecho fue el legado de la muerte de Cristo en el Gólgota. Limitar el ministerio al pastorado es algo totalmente ajeno a la iglesia del Nuevo Testamento. El que cada miembro se integrara al ministerio, en armonía con sus dones espirituales, era la norma para la iglesia del primer siglo. Asimismo, debe llegar a ser la norma para la iglesia de Dios de los últimos días» (págs. 31-32).

Burrill explica que «los adventistas siempre han creído en la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes» y recurre a un interesante paralelismo: «La implicación más básica de aceptar esta doctrina es la comprensión de que cada creyente tiene acceso directo al Padre por medio de Cristo Jesús. Hay un solo Mediador entre nosotros y Dios: Jesús (1 Tim. 2:5). Ningún adventista pensaría en ir a su pastor y pedirle que perdonara sus pecados. Sin duda cualquier pastor que intentara conceder tal perdón perdería sus credenciales. Debido a nuestra firme creencia en la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes, consideramos un anatema siquiera pensar en un mediador que no sea Cristo, para recibir el perdón de nuestros pecados».

Obviamente, esto no ocurre en nuestras iglesias, pero hay otras situaciones en las que los creyentes sí perciben al pastor como a un sacerdote o un clérigo, con atribuciones, espiritualidad y autoridad jerárquicamente superiores. A veces se cree que tiene un poder especial para “bendecir”. Incluso no es extraño que el propio pastor asuma este papel (me contaron el caso de un hermano que pidió que el pastor bendijera su coche nuevo; lo grave es que ¡el pastor accedió!). Si todos los miembros (empezando por los pastores) comprendiéramos la doctrina del sacerdocio universal y la pusiéramos en práctica, nuestras iglesias funcionarían más de acuerdo con la voluntad de Dios.

Según Burrill, «si cada miembro es un sacerdote, entonces cada cristiano es realmente un ministro; y por lo tanto, tiene un ministerio que ejercer. Una vez que el pueblo acepta la enseñanza del Nuevo Testamento del sacerdocio de todos los creyentes, debe aceptar el hecho de que, como sacerdotes, todos los creyentes tienen un ministerio, y todos deben identificar su ministerio, o ser considerados cristianos infieles.

»Esta comprensión de la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes nos ayudará a eliminar las distinciones artificiales que han surgido entre los laicos y el pastorado. Siendo que cada cristiano es un ministro, el pastorado no tiene ante Dios una posición más elevada que los laicos. Las oraciones de los pastores no suben más alto que las oraciones de los laicos.

»Lamentablemente, muchos laicos han considerado que sus pastores tienen un nivel espiritual más elevado que el de ellos, simplemente a causa de su función pastoral. Pero si entendemos correctamente el sacerdocio de todos los creyentes, nos daremos cuenta que no hay diferencia de rango entre laicos y pastores. Estamos todos al mismo nivel. Sin embargo, hay una diferencia funcional entre pastores y laicos. En otro capítulo consideraremos esta diferencia al examinar la descripción bíblica del trabajo del pastor.»

Efectivamente, más adelante Burrill explica la función del pastor como dinamizador que forma a los miembros para que descubran y desarrollen sus dones y participen activamente. «No obstante», continúa el autor, «debe decirse claramente ahora, que de acuerdo con la Escritura, la función del laicado es la de ejercer el ministerio. ¡Siempre que los creyentes estén ejerciendo el ministerio, estarán actuando en la capacidad de laicos, aunque pertenezcan al pastorado!»

«Al reconocer que cada creyente es un sacerdote, la iglesia del Nuevo Testamento establecía una total igualdad entre pastores y laicos» (pág. 33).


Una mala comprensión del ministerio

La mala comprensión de estas verdades ocasiona mucho daño, como explica Burrill:

«Debido a que muchos en la iglesia han estado operando bajo una teología incorrecta –que el pastor es el empleado que ha de realizar las labores ministeriales– se ha impedido el cumplimiento de la misión de la iglesia. Los pastores han pensado a veces que deben emplear a los laicos en las labores del ministerio; pero no han estado dispuestos a concederles completa libertad para ejercer dichas funciones; o para permitirles llevar a cabo un servicio significativo. Esto ha ocurrido porque el pastorado ha considerado al ministerio como una actividad, no como un modo de vida, del creyente.

»Como resultado, el pastor imagina programas para poner a trabajar a los laicos. Y en ocasiones dichos programas ni siquiera concuerdan con los dones espirituales de los miembros. Como los miembros no han estado involucrados en la elaboración de dichos programas, no manifiestan grandes deseos de ser parte de ellos. Sin embargo, el pastor necesita la ayuda de ellos. Por lo tanto, predica un sermón acerca de la testificación, haciendo que cada miembro se sienta culpable. Con este pesado fardo de culpabilidad sobre sus espaldas, el laicado se presentará para participar en el programa elaborado por el pastor, y formará parte del mismo hasta que su sentido de culpabilidad se disipe. Más adelante el pastor tendrá que predicar otro sermón para reforzar el mismo complejo de culpa. Nuevamente, algunos pocos fieles se presentan. A la larga, el sentido de culpa se irá desvaneciendo de la mente de los miembros, y habrá de afectar a muy pocos.

»Este método hace que los pastores se desanimen y sientan que los laicos son holgazanes que no quieren colaborar con él. Los laicos, por otro lado, continúan cargando con un pesado y creciente complejo de culpa. Creen que deben involucrarse, pero se sienten cada vez más incómodos con un ministerio basado en la culpabilidad.

»Nos preguntamos por qué se bloquea la obra al repetirse esta situación iglesia tras iglesia. ¿Era esto típico del proceso de testificación en la iglesia primitiva? ¿Implementaban ellos sus programas de testificación intimidando a la gente? ¡Absolutamente no!

»Para ellos, testificar era un modo de vida. Cada creyente tenía un ministerio, y toda la iglesia trabajaba unida reconociendo que cada cual tenía su responsabilidad que cumplir en la obra de Dios. Había un trabajo especial para cada miembro. […] En la iglesia primitiva se consideraba que cada miembro tenía un don espiritual, o una combinación de dones. No todos poseían los mismos dones. Dios concedía suficientes dones a su iglesia para que pudiera obrar apropiadamente. Él encaminaba a los creyentes hacia iglesias específicas tomando en cuenta que determinada persona había recibido el don que dicha congregación necesitaba en determinado momento. Cada creyente era importante y necesario.

»Cuando cada cristiano identifica sus dones y se enfrasca en las labores del ministerio, no hay frustración a causa de que los dones no concuerdan con el servicio. Cada uno es feliz con un ministerio basado en sus dones. Como resultado, la iglesia crecerá en forma natural. Por esa razón es tan importante que cada creyente descubra cuáles son sus dones espirituales. Cuando esto suceda, los miembros no mirarán con desprecio a alguien que tenga un don diferente al suyo. Trabajarán como un equipo para llevar adelante la obra de la iglesia. […]

»Debemos ir más allá del concepto de que el único lugar donde ocurre el ministerio es en la iglesia. El concepto bíblico del ministerio considera la vida entera del creyente como un ministerio. La función de la iglesia es preparar mejor al creyente para su ministerio. Es en ese sentido que la iglesia debe verse como un centro de adiestramiento para el ministerio cristiano» (págs. 34-36).


Un concepto equivocado de iglesia

Burrill sintentiza el modo en que se ha tergiversado históricamente el concepto de iglesia:

«La iglesia cristiana comenzó como un movimiento laico. Ninguno de los primeros discípulos fue entrenado para trabajar como pastor. Todos los dirigentes primitivos eran laicos. Los Doce fueron ordenados para que se dedicaran tiempo completo a la obra del ministerio; sin embargo, seguían siendo laicos, y de ningún modo estaban por encima de los demás discípulos» (pág. 36). Habría que aclarar que tras Pentecostés los Doce (y después Pablo), en cuanto apóstoles, fueron autorizados por Cristo para desempeñar una labor de profetas y comunicar a la iglesia las revelaciones e instrucciones de Dios; a pesar de ello, las decisiones eclesiales se tomaban con la presencia del conjunto de la iglesia (Hechos 15: 12, 22). Es cierto, eso sí, como dice Burrill, que «el Nuevo Testamento ordena un ministerio de tiempo completo, pero no establece la distinción» que es tan marcada hoy entre los laicos y los pastores (págs. 36-37).

«En el Nuevo Testamento, el pastorado estaba compuesto por laicos que dedicaban todo su tiempo a dirigir la obra evangélica. Los laicos eran considerados como los que ejercían el ministerio, mientras que los pastores se consideraban como entrenadores para el ministerio. Sin embargo, debido a que también eran parte del laicado, los pastores también ejercían el ministerio.

»Al avanzar la Edad Media el clero fue gradualmente colocado en un sitial más elevado en la consideración del pueblo, hasta que se desarrolló más plenamente la clase sacerdotal y el papel del laicado se fue limitando a la función de contribuir con las finanzas y observar al clero realizar su ministerio.

»El cristianismo medieval oscureció totalmente la función de los laicos. Como resultado el laicado fue manipulado y usado, pero ya no formó parte integral de la iglesia.

»Estas diferencias de estatus continuaron incluso en el protestantismo. Como resultado, la labor del laicado en la mayoría de las iglesias modernas se ha reducido a servir como espectadores, y su principal función religiosa es la de ocupar un banco en la iglesia los sábados en la mañana. Mientras los miembros hagan acto de presencia los sábados por la mañana, serán considerados miembros de iglesia en regla. Esta idea se hubiera considerado como un anatema en la iglesia del Nuevo Testamento. Ellos no podían imaginar que hubiera cristianos que no estuvieran ocupados en algún aspecto del ministerio.

»En la mayoría de las iglesias de hoy, el pastor realiza la mayor parte de las labores relacionadas con el ministerio, mientras que los laicos son espectadores. Afortunadamente, en algunas iglesias, la integración al ministerio se ha extendido hasta incluir unos pocos laicos importantes. Sin embargo, pocas iglesias han ampliado el campo de acción del ministerio para incluir a todo el laicado. En consecuencia, en la mayoría de las iglesias surgen frustraciones cuando llega el momento de elegir la comisión de nombramientos. Esto sucede porque, aparentemente, muy pocos quieren asumir responsabilidades» (págs. 37-38).

En la conclusión del capítulo, Burrill plantea preguntas muy oportunas:

»¿Será que la Iglesia Adventista del Séptimo Día, que profesa ser la iglesia remanente de Dios en los últimos tiempos, ha heredado inconscientemente conceptos que pertenecen a la Iglesia Católica Romana? ¿Será que poseemos una teología equivocada de la iglesia, y que esta teología la está lesionando en estos últimos días? […]

»Mientras no regresemos al concepto bíblico del laicado en la iglesia, seguiremos en la indiferencia laodicense, y no veremos la obra de Dios terminada. Afirmamos creer que la obra de Dios será terminada por un reavivamiento laico. Si alguna vez hemos de ver la obra de Dios avanzar como debiera, debemos hacer que nuestra iglesia sea nuevamente una iglesia laica. La iglesia entera debe estar involucrada en el ministerio de la iglesia entera. Los pastores deben estimular en forma directa las labores del laicado, y comenzar a preparar a la iglesia para el ministerio total de los laicos. Es tiempo de llamar a todo el laicado para que acuda en auxilio de la iglesia, en la completa restauración de dicho ministerio de los laicos. Ruego a Dios que podamos ver pronto ese día.»