viernes, 11 de julio de 2014

Hacia un modelo participativo de iglesia


Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)


Publicado también en Café Hispano (Spectrum)




En mi artículo anterior sugería formas asertivas y participativas de resolución de conflictos doctrinales. Pero estoy convencido de que éstas sólo pueden darse en el contexto de una iglesia en la que se fomente que todos los miembros participen activamente.


  
Cerraba el artículo preguntándome cómo actuar cuando una persona predica ideas controvertidas en varias iglesias y foros. Creo que hay que esforzarse por resituar la cuestión en la escala local, todas las veces que haga falta, en lugar de tomar medidas autoritarias, que además tienen poco recorrido, dada la autonomía de las iglesias.



Por tanto, si una iglesia informa a los administradores sobre ideas que se están predicando en ella, creo que lo adecuado es fomentar que sea la propia iglesia la que resuelva los posibles conflictos. Ello no quiere decir que la administración se desentienda, sino que desde la Unión de iglesias se puede colaborar con su experiencia y asesoramiento, formando a las iglesias en estrategias que promuevan el debate doctrinal constructivo. Claro que para enseñar algo hay que estar formado en ello…



Cultura del diálogo y el debate



Durante años se han presentado en las iglesias españolas, de forma itinerante, diversos programas de formación; no los conozco tanto como para poder evaluarlos en su conjunto, pero mi impresión es que su impacto ha sido muy limitado, y por lo que he podido ver en alguno de ellos entiendo que fallaban porque se trataba de un programa cerrado, “enlatado”, que se presentaba durante unos días en las iglesias, como si la simple exposición de unas ideas pudiera operar transformaciones en el grupo. La pedagogía, la didáctica y la dinámica de grupos enseñan que la única forma de que una persona o un colectivo se impliquen en algo es haciéndoles partícipes del proceso de aprendizaje, y para ello los programas deben partir de las necesidades del propio colectivo. La formación debe ser activa, participativa y constructiva, no una simple transferencia de ideas. Y en el mismo momento en que se está formando, se debe empezar a construir un proyecto asumido por la mayoría de los participantes; si no se hace así, todo lo que se ha transmitido se irá olvidando y quedará en nada.



La Unión de iglesias debería contar con personas que puedan formar a las iglesias en la cultura del diálogo y el debate y en la resolución de conflictos de ideas. Podría tratarse de pastores o de profesores del Seminario de Sagunto (en el caso de España), donde hay docentes muy preparados, pero cuyo impacto en las iglesias es muy limitado, seguramente por falta de recursos y de tiempo (por ejemplo, se echan en falta más textos escritos para la iglesia por los profesores). El Seminario podría ser un “think tank” de la iglesia, entendido este en sentido constructivo y transparente (no como esos “think tanks” del mundo que son órganos conspirativos al servicio del poder). Debería sondear las ideas que se mueven en nuestra iglesia, pero no para intervenir a modo de tribunal doctrinal que emita sentencias de idoneidad o de falta de ella, sino para entrar en diálogo con esas ideas y ofrecer argumentos documentados y sólidos. Los debates doctrinales no deberían ser tratados en comités cerrados, sino realizarse en foros abiertos y participativos, como hacían nuestros pioneros cuando pusieron en movimiento la Iglesia Adventista.



Aparte de estos recursos, no deben olvidarse otras posibilidades. Por ejemplo, si en una iglesia se ha afrontado un debate doctrinal con resultados positivos (salvar la convivencia, enriquecerse con la confrontación de ideas…), se puede pedir a quienes participaron que viajen a otra iglesia para compartir su programa. Así ellos mismos se enriquecerán con las ideas que aporten otros hermanos.



Como se puede ver, lo que propongo es profundizar en un modelo de iglesia que trabaja en red, superando el modelo vertical, según el cual unos dirigentes desde los órganos directivos de la capital diseñan sabios programas para “transferirlos” a las iglesias. Necesitamos potenciar los aspectos y programas en red ya existentes y desarrollar otros nuevos, de modo que los fieles sean cada vez más participativos y menos pasivos.



La Unión española está diseñando algunos programas de “iglesias posmodernas”, con un perfil diferente a las iglesias convencionales. Pero quizá lo que necesitamos no es tanto crear nuevas iglesias, sino modificar la forma en que funcionan las que ya existen.



Recientemente asistí en una iglesia a una reunión de viernes; la persona encargada había preparado unas preguntas sobre el tema del perdón, las había distribuido con antelación entre varios participantes (la gran mayoría jóvenes) y durante un tiempo no demasiado extenso moderó un coloquio, en el que también pudo participar el público. Puntualmente hubo alguna discrepancia en los enfoques, pero todos los asistentes salimos muy enriquecidos. Una joven me comentó que, si fuera por ella, todas las reuniones de viernes tendrían un formato similar a ese. ¿A qué estamos esperando entonces? Busquemos nuevos formatos para nuestras reuniones; seguro que Dios bendecirá las nuevas formas de dinamizar las iglesias.



Siempre habrá alguien que dirá: “Pero pensemos en las personas mayores, que están acostumbradas a llegar a la iglesia y a escuchar un sermón. Si les cambias el modelo, no les gustará”. Creo que esta asunción está basada más en un prejuicio (o en nuestra comodidad mental…) que en la realidad. Precisamente en esa reunión de viernes, dirigida por jóvenes, los asistentes que más participaron fueron las personas mayores. En mi iglesia hemos empezado a desarrollar unas tertulias sobre una lectura o sobre un tema libre; asiste un grupito variable de hermanos, pero los más incondicionales son personas mayores. Los ancianos tienen en general una mentalidad mucho más joven de lo que creemos. El problema es que, como dice Joel Barrios, hay “jóvenes viejos”, que son quienes normalmente obstaculizan los cambios.



Muchos apreciamos con preocupación una tendencia cada vez mayor a desarrollar programas largos y ceremoniosos. Las presentaciones de bebés cada vez toman más tiempo del culto; hay un incremento en los reconocimientos y agradecimientos a personas concretas (hasta se ha llegado a cantar el “Cumpleaños feliz” al pastor antes del culto; lo más grave es que el pastor, en lugar de frenarlo, ¡agradeció el gesto a la iglesia!). En nuestros programas se acumulan los mensajes “de arriba abajo”, las intervenciones musicales, los powerpoints, las lecciones magistrales…



¿Nos llena esto como personas, como cristianos, y simplemente rellena nuestro vacío espiritual? La iglesia tiene ganas de escuchar, pero también de hablar. El problema es que la mayoría está esperando que sean otros quienes promuevan estos espacios de participación; y mientras tanto la asistencia merma porque muchos no encuentran sentido a la rutina de siempre.



Creo que en todas partes se nota que a los hermanos les resulta insuficiente el tiempo de la clase de escuela sabática, especialmente donde ésta se desarrolla de una manera realmente participativa (otro objetivo que deberíamos conseguir, por cierto). Por eso considero necesario que se organicen más foros, mesas redondas, dinámicas de grupo, grupos de debate y de trabajo, coloquios, paneles y debates, que se potencien los grupos pequeños y las actividades que éstos pueden realizar.



En la última convención de AEGUAE durante el tiempo de la escuela sabática se formularon preguntas muy sugerentes que se trataron por grupos. En el momento en el que éstos estaban desarrollando y compartiendo ideas de lo más interesantes, se acabó el tiempo de debate y hubo que hacer una puesta en común. A muchos nos quedó la sensación de que ese fue uno de los momentos más interesantes del encuentro, pero quedó truncado. Ya no volvió a haber más posibilidades de generar ideas colectivamente. ¿No estaría bien reservar en cada convención un tiempo amplio para este tipo de intercambios?



Pensemos en todos los encuentros organizados por la iglesia: convenciones de pastores, de ancianos, de departamentos; encuentros de laicos, de colectivos étnicos, de jóvenes… Hasta donde conozco estos actos, el modelo organizativo suele ser vertical: hay un invitado estrella, o varios,  a quienes se acude a escuchar porque tienen un mensaje importante para los asistentes. Como mucho después de las ponencias se deja un tiempo para las preguntas e intervenciones del público. Afortunadamente, cada vez se introducen más otras actividades, como talleres, comunicaciones… Pero en ellos, en general, el modelo suele ser el mismo: exposición “magistral” y posterior intervención del público.



Creo que la iglesia necesita que en cada una de estas ocasiones se dedique un tiempo amplio a la participación colectiva. En las convenciones de pastores o de ancianos, ¿son ellos, que realmente conocen a las iglesias, quienes definen y priorizan los puntos que se deben tratar? ¿Hay tiempo suficiente para que todos participen compartiendo experiencias, propuestas, ideas, dudas…? Si se celebra, por ejemplo, un encuentro de adventistas hispanoamericanos de Europa, ¿se organizan grupos de debate y de trabajo para afrontar los problemas y las necesidades específicos de este colectivo, o más bien se invita a varios ponentes que les hablen de profecía, de doctrinas o de “cómo debe ser la iglesia”?



Sería importante que los administradores estuvieran presentes en la mayor parte de los actos en los que se propicie la participación de la iglesia, a fin de que tomaran nota del sentir de los miembros, de las aportaciones que estos pudieran hacer, y a fin de que también pudieran dar cuenta de su gestión e informar sobre el funcionamiento de la iglesia.



¿Cómo podemos esperar una iglesia viva, activa y unida si, seguramente por inercia, predomina entre nosotros un modelo verticalista, donde se da por hecho que unos son los expertos, cuya misión es enseñar, y el conjunto de los miembros deben limitarse a escuchar pasivamente lo que se les enseña? ¿Cómo podemos hablar de la implicación de “los laicos”, y a la vez extender una sospecha permanente, o directamente la censura, sobre cualquier encuentro de laicos que no esté organizado y controlado por los administradores? Nuestro objetivo debe ser sumar, no dividir. Asumir que, con todos los errores e insuficiencias de cada uno de nosotros, todos tenemos algo que aportar. Y si hay errores, incluso herejías, creo que sólo se pueden combatir mediante las relaciones fluidas y el encuentro fraternal. Convivamos, compartamos, debatamos y el Señor hará el resto y nos conducirá a donde debamos ir.



Comunicaciones



Reforzar el modelo participativo necesariamente pasa por una mejora e intensificación de las comunicaciones; pasaré por alto la política de comunicación hacia fuera de la iglesia y me centraré en las comunicaciones internas.



Considero imprescindible una comunicación ágil y bien organizada de lo que ocurre en la iglesia, con énfasis especial en aquello que tradicionalmente se silencia, pero que es necesario que los miembros conozcan para ganar confianza en la organización: decisiones tomadas, fundamentos de las mismas, procesos empleados para tomarlas, exposición de errores, evaluación de los mismos y medidas para corregirlos… En una palabra, la tan prometida y poco cumplida transparencia.



Convendría que los administradores, los dirigentes en general (miembros de los consejos…), además las predicaciones y escritos espirituales que ocasionalmente ofrecen, también hablaran en público, y sobre todo publicaran artículos explicativos sobre cuestiones organizativas y eclesiales, a fin de que los miembros podamos conocer los planteamientos y líneas de actuación que se están siguiendo. Que la Comisión de Planes y Resoluciones informe a las iglesias de los asuntos que está tratando, y que les solicite su colaboración con ideas y propuestas. También se echa en falta más presencia de los docentes del Seminario y de los colegios. Soy consciente de que a todos nos cuesta mucho tiempo y esfuerzo poner por escrito las ideas, pero ésta es una gran necesidad de todo movimiento, pues al redactarlas las elaboramos más, las sometemos a debate  (algo imprescindible para la mejora de cualquier proyecto) e influimos con ellas.



Si los representantes de la iglesia institucional no ocupan esos espacios informativos, se verán progresivamente desplazados por las formas de comunicación no institucional: cada vez hay más gente que se informa sobre cuestiones eclesiales a través de webs como Spectrum-Café Hispano, blogs, redes sociales… aparte de la tradicional “Radio Macuto” (transmisión oral y secreta, altamente peligrosa; favorita de no pocos dirigentes, por cierto). Y lo hacen por la sencilla razón de que hay informaciones necesarias que no salen en los medios oficiales, o porque los fieles han perdido la confianza en esos medios. Hay que entender que los nuevos espacios de comunicación han nacido y han crecido para quedarse, como parte de la iglesia que son. No tienen la legitimidad institucional, pues son iniciativas personales, pero tenemos que dar por hecho que han surgido con un espíritu de colaboración constructiva, y por tanto no es cuestión de que “la administración” compita con ellos, sino de colaborar todos en una causa común, compartiendo y confrontando ideas.


Conclusión


Como conclusión y ampliación de lo que he expuesto propongo la lectura de mi artículo El sacerdocio universal de los creyentes y el ministerio eclesial; en él recojo las ideas del pastor Burrill, quien establece los fundamentos bíblicos para promover que nos organicemos de tal forma que cada miembro pueda sentir que participa plenamente en la iglesia.


Imagen: noticias.adventistas.org

3 comentarios:

  1. De nuevo, aunque con bastante demora, quiero agradecer a Jonás su esfuerzo clarificador y su valiosa contribución. Lo que pide, está claro, requiere un cambio de mentalidad. Otros “odres”, no los “viejos” que actualmente tenemos.

    Suscribiendo en su integridad las palabras de Jonás, agregaría un elemento: la necesidad de involucrarnos con el “mundo” (aun sin pertenecer a él: ver Juan 17: 14-16, 18). Solo en dialéctica con nuestro entorno secular podremos dejar de ser burbuja y adquirir, en nuestro propio seno, una dinámica nueva: abierta, dialogante, radicalmente evangélica y menos mojigata.

    Saludos fraternales.

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  2. Esther, la esposa de Jesús Calvo, es la directora de AMAF, la asociación de esposas de pastores de España. Aquí explican que "Shepherdess International" es la organización equivalente a escala mundial, y recogen sus objetivos:

    http://www.ministerialassociation.com/shepherdess/html/whatis.html

    Supongo que en calidad de directora nacional de ese ministerio, asume el cargo internacional. Un cargo que sólo puede recaer sobre una esposa de un pastor, y no parece disparatado, creo yo, que se trate de la esposa de un administrador.

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  3. Este blog no está activo; tiene continuidad en el siguiente blog:

    https://jonasberea.wordpress.com/

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