Por Sakae Kubo
Publicado también en Café
Hispano (Spectrum)
Traducción de Luis
González del original en inglés publicado en Spectrum.
Se han añadido epígrafes y algunos destacados en negrita.
Cuando escribí mi
último artículo sugiriendo cómo debería abordar la Asociación General
(AG) la cuestión de la ordenación de las mujeres, tuve la incómoda sensación de
que mis recomendaciones no fueron la mejor manera de enfocar el problema. La
verdadera cuestión es si tal asunto debe ser decidido por la AG, para todo el mundo. Después
de reflexionarlo, he llegado a la conclusión de que asuntos como este no deben
ser una prerrogativa de la AG
porque pertenecen al ámbito de las Uniones y Asociaciones. A continuación
trataré de explicar las razones de tal afirmación:
1. No es un asunto bíblico. En 1974 se celebró un encuentro en Camp Mohaven (Ohio) con la participación de destacados especialistas de la iglesia. En dicho encuentro se llegó a la conclusión, por abrumadora mayoría, de que no existe ninguna evidencia bíblica que prohíba la ordenación de las mujeres. Lo cual implica que este asunto no es un tema bíblico. En la actualidad tenemos que esperar para saber lo que la actual comisión decida. Si se decidiese lo contrario que en 1974, se produciría un agravio para los académicos que participaron en aquel encuentro pues, probable e irónicamente, algunos de aquellos fueron profesores de algunos miembros de la comisión actual.
2. Invade
competencias. ¿Qué criterios deben utilizarse para determinar si una
cuestión es competencia o no de la
AG? Esta pregunta implica que hay asuntos, obviamente, que
pueden decidir las iglesias locales por sí mismas, o las Asociaciones, Uniones
o Divisiones. Y así lo están haciendo. Con una feligresía mundial de 17.214.683
adventistas bautizados, a 30 de junio de 2011, distribuidos en 209 países y en
las trece Divisiones, uno puede esperar con toda seguridad que existan multitud de diferencias entre las
culturas y regiones geográficas. En otras palabras, la uniformidad en el adventismo es un mito. La cuestión es saber
cuánta diversidad podemos aceptar que sin perder nuestra idiosincrasia, nuestro
carácter distintivo.
Por ejemplo, se constatan muchas diferencias en cuanto la
manera correcta de guardar el sábado, en cómo vestirse para el culto (por
ejemplo, en Sudáfrica, en una iglesia negra a la que yo acudía, todas las
mujeres llevaban sombreros y todos los hombres vestían traje, en Hawái, incluso
algunos predican con las coloristas camisetas hawaianas y mucha gente acude a
la iglesia con sandalias, en Japón no se usan zapatos en el interior de la
iglesia…), en qué tipo de música o instrumentos musicales se pueden utilizar e
incluso en cómo se entienden las enseñanzas adventistas (en Japón, por ejemplo,
la gente no puede comprender cómo la Iglesia Católica
puede llegar a ser tan determinante en el tiempo del fin cuando para ellos sólo
representa un uno por ciento de la población; y estoy seguro que esa misma
dificultad de comprensión también se plantea en China y en los países de
mayoría musulmana o hindú).
Una División tiene por lo menos una Unión sin Asociaciones.
En nuestro país tenemos Asociaciones regionales en las Uniones, pero no en
todas las Uniones. Y en una Asociación regional no todas las iglesias son
personas negras. Pero no en todo el mundo las Asociaciones regionales forman
parte sistemáticamente de las Uniones. No podemos, pues, hablar de uniformidad
en la práctica adventista y sus enseñanzas. De hecho, la diversidad es la norma.
Por lo tanto, debemos
ser muy cuidadosos en las cosas que deben ser resueltas por la AG para todo el mundo.
Tienen que ser asuntos en los que estemos seguros de que podemos mantener la
uniformidad en todo el mundo. Si no fuera posible lograrlo, es obvio que debemos
permitir un cierto grado de diversidad.
Creo que podemos estar de acuerdo en que el área más
importante de uniformidad debe estar en torno a nuestras doctrinas, aunque
incluso aquí habrá diferencias de matiz. Por poner un ejemplo al respecto, no
es difícil de aceptar que la lección de la Escuela Sabática
sobre la profecía de los 2.300 días sería enfocada de forma distinta en una
clase en la
Universidad Andrews que en una clase de escuela sabática en
la selva de Papúa Nueva Guinea. Y las cuestiones de organización y finanzas
deben tener algún tipo de acuerdo general.
La cuestión de si las mujeres deben ser ordenadas como
ministros tiene muchas implicaciones. Por ejemplo, en la visión que tenemos de
la situación social de las mujeres en nuestras respectivas sociedades. Es obvio
que está íntimamente relacionado y vinculado con esa visión. Si consideramos a
las mujeres como inferiores, tal y como lo conciben aún muchas sociedades y
algunas religiones, obviamente a tales sociedades y países les resultaría difícil
considerar la ordenación de las mujeres, especialmente cuando se aplican
pasajes paulinos sobre el papel subordinado que deben desempeñar las mujeres.
Por lo tanto, y a la luz de estas circunstancias, si este
tema se sometiera a discusión o decisión en el nivel de la AG, recibiría la oposición de
una buena parte de la AG,
especialmente si se vieran obligados a ordenar a mujeres. Incluso si tal voto
les exime de hacerlo, les resultaría difícil apoyarlo porque se tendería a
pensar que si está bien para la División Norteamericana
es que debe ser correcto.
3. Cómo se resolvió
un problema comparable: la esclavitud. Para comprender las implicaciones de
este asunto, tomemos el tema de la esclavitud. Cuando se comenzó a cuestionar
este problema, algunos países la abolieron. Sin embargo la mayoría no lo hizo.
La cuestión se planteó ante la AG
y el resultado fue muy similar al asunto actual de la ordenación de las
mujeres. Algunas sociedades no estuvieron dispuestas a liberar a los esclavos
y, por lo tanto, no estuvieron dispuestas a votar por la abolición en el nivel
de la AG.
La solución no estuvo en que lo discutiese la AG sino que cada División lo
acordara o no según su disposición. Como se puede apreciar, esa situación es
muy similar a la que nos encontramos hoy en día con el tema de la ordenación de
la mujer. Por lo tanto la solución también puede ser la misma: dejar que cada
División determine lo que debe hacer, y no convertirlo en un problema AG.
4. Se acepta la
existencia y preeminencia de mujeres en otros ámbitos directivos de la iglesia.
De hecho, el papel de la mujer en la iglesia ya lo hemos resuelto hace mucho.
Las universidades de Loma Linda y de Andrews (que incluye un seminario para la
formación de pastores) son instituciones de la AG. Sin embargo, en Loma
Linda se designó a una mujer presidente sin comparecer ante la AG y sin oposición aparente. Lo
mismo ocurrió con el nombramiento de mujeres docentes en el seminario de
Andrews. Hay siete profesoras en asignaturas como Educación Religiosa, Ministerio,
Teología, Misión Mundial, Arqueología y Antiguo Testamento, Nuevo Testamento y
Homilética. Si ordenar mujeres como pastoras fuese una cuestión que debe
determinarse por la AG,
entonces seguramente el nombramiento de mujeres como profesoras en el seminario
debería al menos haber tenido la aprobación de la iglesia mundial. Resulta
paradójico que a las mujeres no se les permita ser ordenadas en razón de un
supuesto papel de subordinación a los hombres y, sin embargo, sean admitidas
como profesoras de seminario para formar a hombres que ya están ordenados o que
están en ese proceso.
5. Posibilidad de
negativa en traslados. Uno de los argumentos principales en contra de la
ordenación de mujeres es que la ordenación es reconocida en todos los
territorios adventistas de todo el mundo. Este fue el argumento expuesto en su
día por los ex presidentes de la
AG Robert Pierson y Neal Wilson. El actual presidente de la Iglesia, Ted Wilson,
utilizó recientemente este mismo argumento para desaprobar el acuerdo de las
Uniones que ya acordaron ordenar a mujeres.
Esto es cierto, pero cuando una mujer es ordenada en la Asociación del Sureste
de la Unión del
Pacífico, esta situación no tiene ningún efecto práctico fuera de ese
territorio, como ocurre con otros muchos temas. Las Asociaciones, las Uniones y
las Divisiones en el mundo pueden bloquear todos los llamamientos de mujeres
ordenadas en sus campos. Si este argumento es válido, ¿por qué las Asociaciones
de la Unión del
Pacífico, que no estaban a favor de la ordenación de las mujeres usan este
argumento para detener la ordenación de mujeres en la Unión? Esto es más relevante que una División fuera de Estados Unidos se vea
afectada por lo que ocurre en las Asociaciones de la División Norteamericana. También es cierto con respecto a las Uniones de Estados Unidos.
Obviamente, algunas Uniones se oponen a la ordenación de las mujeres en la División Norteamericana
y sin embargo esta circunstancia no debe bloquear a otras Uniones que están a
favor, utilizando el argumento de que la ordenación tiene implicaciones en todo
el mundo cuando en la práctica sólo tiene implicaciones a escala de Unión.
6. La estructura de
la iglesia: cada cual tiene sus competencias. Gary Patterson, en su
artículo titulado “Seis puntos sobre la ordenación de mujeres”, publicado en el
Columbia Union Visitor (2012, número
especial), dice que tenemos que entender la estructura de la Iglesia. A saber,
existen cuatro unidades administrativas en la Iglesia Adventista:
la iglesia local, la
Asociación, la
Unión y la
AG. Estos grupos tienen autoridad sobre las funciones
específicas que pertenecen sólo a ellos.
«La iglesia local es el único nivel constituyente que puede tomar
medidas con respecto a asuntos de feligresía, elección de los oficiales de la
iglesia, nombramiento y ordenación de ancianos, diáconos y diaconisas,
presupuestos y finanzas de la iglesia local y otras funciones propias.
»La
Asociación es el
único componente que puede actuar sobre la hermandad de iglesias, sus
empleados, las instituciones y las finanzas. También recomienda a la Unión las personas para la
ordenación al ministerio del evangelio. Porque no tienen sí mismas la potestad
de autorizar dicha ordenación; esta autoridad recae en la Unión.
»La
División y la AG podrán autorizar la ordenación de sus
empleados, pero no tiene potestad sobre los aprobados por la Unión.»
Patterson llega a la conclusión de que la ordenación es
competencia exclusiva de las Uniones. Por lo tanto, «la AG ha
sobrepasado sus límites al decirles a las Uniones si se puede o no ordenar
mujeres para el ministerio pastoral. No está dentro de las atribuciones de la AG, de igual manera que no lo
son las decisiones sobre el alta o baja de los miembros de iglesia o la
elección de personal para las oficinas de la iglesia.»
Esta sería la razón de mayor peso a la hora de permitir que
las Uniones decidan sobre este asunto en lugar de la AG.
Todo ello implica que para preservar la unidad en lo que
respecta a esta cuestión, la AG
debe permitir que la unidad administrativa que tenga la potestad en esta
cuestión la ejerza, sin pretender apropiarse de la autoridad de las Uniones.
Para terminar, permítasenos un breve comentario sobre el importante asunto de la unidad de la
iglesia, a la que tanto apela la
AG para mantener que las Uniones no deberían proceder sobre
el tema de la ordenación de mujeres al ministerio. El argumento de la división
de la iglesia ha sido prolijamente esgrimido por Ted Wilson y anteriormente por
su padre, Neal.
Para aclararlo, no es necesario teorizar sobre este asunto
porque realmente podemos observar lo que sucede en la práctica cuando una
Asociación o Unión procede sin unanimidad. No se percibe que ni la Unión del Pacífico ni la Unión Columbia
estén divididas porque no hubo unanimidad al respecto en todas sus
Asociaciones. Las Asociaciones de las Uniones del Pacífico y de Columbia que no
votaron a favor de ordenar mujeres no se opusieron esgrimiendo la unidad o
importantes Divisiones como consecuencia de que sólo ciertas Asociaciones lo
votaron. Esto ha tenido lugar en el ámbito de la Unión. No todas las
Uniones de la
División Norteamericana (NAD) han votado a favor de la
ordenación de mujeres, pero ello no implica falta de unidad entre las Uniones
de la NAD.
Cuando podemos constatar que no hay problema de división en
el nivel más interno de estas instituciones (Asociaciones dentro de la misma
Unión, o las Uniones en la misma División), mucho más cierto debería ser en el
nivel de las trece Divisiones. En otras palabras, el clamor por la unidad en torno
a la uniformidad representa la táctica del miedo. Pero cuanto más se repita el
grito de “que viene el lobo”, menos efecto tendrá.
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