Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
Publicado también en Café
Hispano (Spectrum)
Los adventistas del
séptimo día entendemos que el diezmo es un principio bíblicamente establecido
y lo asumimos como compromiso personal al incorporarnos a la iglesia.
Entre los miembros que son fieles en la devolución del
diezmo hay quienes entienden que el
sistema oficialmente establecido por nuestra iglesia es impecable, incluso
divinamente inspirado, y por tanto la única opción aceptable es entregar el diezmo
en el sobre de la tesorería local, marcando el apartado “diezmo”, de modo que esa
cantidad automáticamente se remitirá al nivel administrativo superior de la
iglesia (en el caso de España, a la
Unión).
Otros hermanos son igualmente fieles en la devolución del
diezmo, pero no lo entregan por este
cauce, sino que lo destinan a la iglesia local o a ministerios específicos.
Cada vez conozco a más hermanos (todos ellos comprometidos con la iglesia, y
muchos de ellos con cargos de responsabilidad) que en conversación privada me
comentan que ellos eligen esta opción.
En los últimos años, los dirigentes de la Unión española vienen
mostrando su preocupación por el descenso en los ingresos por diezmos, y he
comprobado que se tiende a hablar de
“falta de fidelidad” para hacer referencia tanto a la conducta de los miembros que
no diezman como a la de quienes diezman de una forma alternativa a la
establecida. No entraré en cómo habría que valorar la emisión de ese juicio
sobre otros hermanos, pero sí quiero dejar claro que estas dos conductas son
totalmente diferentes, pues es obvio que uno de estos grupos de personas
considera el diezmo un principio bíblico ineludible y por tanto lo aparta para
el Señor, si bien discrepa con la idea de que deba ser entregado a la Unión.
Lo cierto es que a partir de la Palabra de Dios no podemos
establecer con precisión dónde se encuentra el “alfolí” (Malaquías 3: 10), es
decir, qué administradores han de
recibir y gestionar los diezmos. Y si atendemos a las citas de Elena de White que se recogen en el Manual de la iglesia, encontraremos que el
diezmo ha de «ser usado para sostener a los obreros evangélicos en su trabajo»
(pág. 209) y que «no se ha de emplear para su uso propio en caso de emergencia,
ni debe dársele la aplicación que parezca conveniente, ni siquiera en lo que
pueda considerarse como obra del Señor» (pág. 210). No veo que se establezca
una norma exacta más allá de estas indicaciones generales.
Es más, en una carta de 1905 escrita al pastor Watson, presidente de la Asociación de Colorado,
Elena de White le explica las razones que la llevaron a no entregar los diezmos
a la Asociación
y a darles un destino diferente.
En mis conversaciones con algunos hermanos de “diezmo
alternativo”, me explican que les consta que los dirigentes no están
gestionando correctamente los recursos del Señor, lo que, unido a las injusticias
flagrantes cometidas por algunos administradores y a la falta de transparencia
con que se tratan los asuntos de la iglesia, les impide entregar el diezmo a la Unión con la conciencia tranquila. Y, cuando
uno tiene conocimiento no sólo de esos ejemplos, sino de otros más, realmente
se pone difícil defender que personas indignas deban ser quienes manejen ese
dinero sagrado. Como el propio Manual
recuerda en la página 211, Pablo dice que «lo que se
requiere de los administradores es que cada uno sea hallado fiel» (1 Cor. 4: 2);
lo dice en referencia a los cristianos en general, y por tanto ha de
aplicarse también a los administradores eclesiásticos.
A pesar de todo esto, mi posición personal sobre esta
cuestión coincide con la práctica habitual en nuestra iglesia (entregar el
diezmo a la Unión),
pues sin un diezmo común al conjunto de las
iglesias sería imposible realizar una gestión conjunta que permita tener un
cuerpo pastoral y una organización institucional de la que todos nos
beneficiamos (Manual de la iglesia,
pág. 212). Pero aun desde mi discrepancia de enfoque con
quienes no diezman así, estoy convencido de que estos hermanos entregan
el diezmo con plena conciencia de que el “alfolí” al que lo destinan es la
mejor forma de servir a la obra de Dios. Y desde luego creo que nadie es quién
para etiquetarlos como gente con “falta de fe” o de “fidelidad”.
El diezmo y los cargos en la iglesia
Hace tiempo me comentaron que en otras épocas en las
comisiones de nombramientos de las iglesias locales era frecuente que se
contara siempre con la presencia del tesorero, de modo que cuando se proponía a
una persona para un cargo, si esta no entregaba el diezmo, el tesorero lo
comunicaba a la comisión a fin de vetarlo para tal responsabilidad. Yo pensaba
que era una de esas típicas prácticas de control propias de otros tiempos, pero
lo cierto es que unos años atrás viví una situación parecida siendo yo tesorero
de una iglesia, lo cual me sorprendió.
Hace como dos años los
administradores de la Unión
española enviaron a las iglesias una circular indicando que no se propusiera
para cargos eclesiásticos a miembros que no entregaran el diezmo a la Unión. Esta carta provocó una serie de situaciones, algunas de las cuales me han contado de primera mano diferentes hermanos, y las relato porque creo que nos deben hacer reflexionar.
En una iglesia la asamblea eligió a la precomisión de
nombramientos. El pastor indagó en los
recibos de tesorería y comprobó que algunos de los elegidos no entregaban el
diezmo a la Unión, de modo que habló
con cada uno de ellos y les dijo que no podían formar parte de la este órgano.
Al anunciar a la iglesia los componentes de la precomisión, el pastor nombró a
las personas elegidas y a las que habían sido excluidas, indicando las razones
por las que alguien no puede formar parte de la precomisión: tras enumerar el adulterio,
el maltrato al cónyuge y otros motivos, citó al final la no devolución del
diezmo. Una persona de las excluidas se levantó para rechazar el procedimiento
seguido por el pastor, quien estaba levantando sospechas sobre la moralidad de
varios hermanos; y hubo de explicar públicamente que en su caso era vetada en
concreto por no estar devolviendo el diezmo a la Unión.
Los excluidos fueron sustituidos por suplentes; se eligió a la
comisión de nombramientos, la cual, sin hacer caso de las indicaciones de la
circular y para disgusto del pastor, puso en cargos eclesiales a quienes
consideró oportuno según las capacidades personales (incluyendo a varios de los
vetados para la precomisión, alguno de los cuales fue elegido para el ancianato).
Tristemente, no siempre las iglesias actúan con esta independencia de criterio
y sentido común, y en ocasiones se imponen los criterios disparatados del
pastor y los administradores.
A raíz de estos incidentes, un hermano le preguntó al pastor
qué debía entenderse por dar el diezmo; por ejemplo, si alguien entrega cinco
euros en un sobre en concepto de diezmo, ¿se entendería que es fiel en este
asunto? A lo que el pastor respondió que sí, pues nadie debe entrar en
especular cuánto ganan los demás. Por lo tanto, se establece un criterio garantista y respetuoso con respecto a la
cantidad, pero no con respecto al hecho de si se marca la casilla “diezmo”
en el sobre de donaciones. Hasta ese extremo de absurdo puede conducir una mala
comprensión de este asunto.
Estas situaciones ridículas se eliminarían de raíz si
realmente se respetara lo que dice el Manual
de la iglesia. Por ejemplo, en la página 212 dice que «se anima a todos a devolver un diezmo fiel» (añado negrita en todas
las citas), pero algunos parece que entienden “se exige”. También explica que
«estos Reglamentos se crearon para
manejar el ingreso y distribución de los Fondos por el concepto de Diezmos en
todo el mundo»; es decir, que se trata de una cuestión organizativa decidida
por la iglesia, mientras que hay hermanos que se empeñan en controlar los
detalles sobre cómo y dónde entregar el diezmo como si fueran uno de los Diez
Mandamientos. Volveremos al Manual
más adelante.
Por otro lado, hay
miembros que entregan anónimamente el diezmo, marcando la casilla
correspondiente del sobre. Según el sistema de “control de la fidelidad” por
parte de los pastores, esos hermanos figurarían como “no fieles”, pues aunque
su dinero va a la Unión,
no consta su nombre en ningún registro. En caso de ser propuestos por la
comisión de nombramientos para un cargo, ¿habría que andar pidiéndoles
explicaciones a ellos y al tesorero sobre si han entregado el diezmo?
Dar ejemplo
Un hermano que formaba parte de una de las comisiones que
asesoran al Consejo de la Unión
me contó que unos meses antes de la
Asamblea de 2012 recibió una llamada de un destacado
departamental de la Unión
en la que le comunicaba que no podía
asistir a la siguiente reunión porque habían descubierto que no estaba
devolviendo el diezmo. El estupor del hermano fue mayúsculo. En primer
lugar, porque él sí devolvía el diezmo (de hecho, conservaba los recibos de
tesorería). Pero eso es lo de menos; lo grave es comprobar que los responsables
de la Unión
puedan ponerse a dedicar el valioso tiempo que deben consagrar al bien común de
la iglesia ¡en averiguar entre los cientos de recibos que llegan de las
iglesias quién devuelve el diezmo y quién no!
Para colmo, sus argumentos eran de lo más rocambolesco; entre
otros, le comentó el siguiente: “Es que, hermano, las personas con responsabilidad
en la iglesia debéis dar a la feligresía ejemplo de fidelidad”. Y el hermano le
respondió: “¿Ejemplo? El ejercicio de la
mayordomía es una cuestión entre Dios y yo, y la feligresía ni tiene
conocimiento de ello, ni debe tenerlo. ¿Acaso he de ir proclamando qué hago
o dejo de hacer con los recursos que Dios me da?”.
“Me habéis robado”
El Departamento de Gestión de la Vida Cristiana realizó una campaña para promover la fidelidad
económica de los miembros, consistente en proporcionar materiales sobre el
tema (sermones, presentaciones de diapositivas, CD…) a los pastores y las
iglesias. Hermanos sencillos y fieles de nuestra iglesia me han comentado escandalizados
algunas escenas vividas en su iglesia: el pastor, que vive en un piso
confortable, conduce un coche caro y viste trajes variados y elegantes, sale al
púlpito y predica sobre el diezmo, instando a los hermanos (muchos de ellos
inmigrantes en situación precaria, parados de larga duración…) a ser fieles en
la devolución del diezmo. Se percibe que predica “por encargo” un sermón que no
ha sido preparado personalmente por él. Pone énfasis en el conocido pasaje de
Malaquías 3: 8-10: «¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y aún preguntáis: “¿En qué te hemos robado?” En vuestros diezmos
y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque
vosotros, la nación toda, me habéis robado. Traed
todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi Casa: Probadme ahora en esto,
dice Jehová de los ejércitos, a ver si no os abro las ventanas de los cielos y
derramo sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde».
Este mismo pasaje es uno de los que
se recoge en un cuaderno distribuido porla Unión
con textos sobre mayordomía para
ser leídos antes de la recogida de la ofrenda. Con este tipo de “llamados”, muchos hermanos se dan cuenta de que en
tiempos de crisis la Unión
anda escasa de fondos y trata de incitar a la feligresía para que aporte dinero
a la obra. La imagen que se ofrece es muy triste. Similar a la que se ha
ofrecido en varias ocasiones en que una iglesia con problemas solicitó ser
atendida por los administradores, pero no recibía esa atención. Entonces el
conjunto de la iglesia, o en algún caso una persona de altos ingresos de
esa congregación, decidió retener el diezmo, y en poco tiempo llegaron los
administradores mostrando interés por esos problemas. ¿Instamos a los hermanos
a no ser materialistas, y a la vez damos muestras de materialismo?
Por supuesto, una de las funciones del pastor y del tesorero
es la de animar a la fidelidad. Pero, ¿tan difícil es encontrar una forma
apropiada de hacerlo? Precisamente porque esta cuestión del dinero para la
causa de Dios es sagrada, la forma de abordarla debe ser genuina y vivencial, y
no artificial y programada mediante una campaña diseñada por otros. El propio Manual de la iglesia establece unas
pautas muy sensatas: «El Tesorero puede incentivar en buena medida la fidelidad
en la devolución del Diezmo, e incrementar el espíritu de liberalidad de los
miembros de la iglesia. Unas sencillas
palabras de aliento pronunciadas con el espíritu del Maestro ayudarán al
hermano o a la hermana a entregar al Señor con fidelidad lo que le pertenece en
materia de Diezmos y Ofrendas, incluso en tiempos de dificultad económica»
(pág. 97). Tristemente, no siempre son esos el tono y el espíritu con que se
promueve la fidelidad.
Lo dice el ‘Manual de la iglesia’
Cuando algunos rechazan que en las iglesias y por parte de
los administradores se controlen las aportaciones económicas de los fieles, se
suele responder que el Manual de la iglesia
exige que quienes asuman cargos deban devolver el diezmo. Veamos cómo trata el
asunto dicho documento.
En la página 89 dice: «El Anciano, con su fidelidad en el
Diezmo, puede hacer mucho para estimular a los miembros a devolver al Señor un
diezmo fiel […]. Quien no dé buen
ejemplo en este asunto tan importante no debe ser elegido para el cargo de
Anciano, ni para ningún otro cargo de la Iglesia. Puede fomentarse la
devolución del Diezmo mediante la presentación pública de lo que dice la Escritura en cuanto al
privilegio y la responsabilidad de la mayordomía, y por medio del contacto
personal con los miembros. Esto debe
llevarse a cabo con tacto y en forma constructiva. El Anciano ha de tener
siempre presente que todos los asuntos
financieros relativos a los miembros de iglesia son confidenciales y que no
puede ofrecer ninguna información acerca de ellos a personas no autorizadas».
En la página 213 se insiste en que todos los obreros y
dirigentes «deben dar un buen ejemplo respecto
de la devolución del Diezmo. Nadie deberá continuar ejerciendo un cargo, ya sea
como dirigente de la Iglesia
local o como Obrero de la
Asociación o la
Misión, si no se atiene a esta norma.»
A la cuestión del “ejemplo” ya hemos aludido anteriormente.
A ello hay que añadir que la primera de estas citas deja claro que el alcance de ese hipotético ejemplo sería limitadísimo,
pues siendo los asuntos financieros confidenciales, es imposible que los
hermanos se fijen en si el anciano, o cualquier otra persona, entrega el diezmo
o deja de entregarlo, y qué destino le otorga a su diezmo. Por tanto, estas indicaciones del Manual deben dirigirse a la conciencia personal de cada persona que
ocupe un cargo, a quienes se insta que sean coherentes. Pero de ningún modo
deberían incitar a que unos hermanos, sean quienes sean, se dediquen a
controlar lo que otros hermanos hacen con su dinero. Y aunque el Manual establece que el pastor puede
estar al tanto de las entregas de dinero de los hermanos (p. 101), y el sistema
de recibos utilizado en la iglesia prevé que una copia de cada uno de ellos sea
para el pastor, me consta que hay
pastores que cuando el tesorero les entrega esos recibos, los rompen al
instante sin mirarlos. Entiendo que es lo correcto éticamente, pues cuanta
menos gente conozca datos económicos sobre los demás, mejor para todos. Lo
contrario puede llevar a que los que manejan esos recibos comiencen a hacer cábalas
sobre los ingresos obtenidos por los hermanos, o a preguntarse si realmente esa
cantidad es el diez por ciento de lo que ganan. He sido tesorero en iglesias
locales, y puedo decir que uno de los aspectos ingratos de esta labor es
precisamente tener que manejar información tan sensible como esta. Si es un
cargo en el que suele mantenerse durante mucho tiempo a la misma persona, se
debe entre otras razones a la convicción generalizada de que cuantas menos
personas tengan conocimiento sobre las finanzas de los demás, mejor.
Aplicando todo esto a la situación concreta de la elección
de los cargos, resulta fundamental el siguiente pasaje del Manual de la iglesia: «El
Tesorero ha de tener siempre presente que sus relaciones con todos los
miembros son estrictamente confidenciales. Por lo tanto, debe tener cuidado de no hacer jamás comentarios sobre el Diezmo devuelto
por ningún miembro, ni sobre sus entradas, ni sobre nada que se relacione
con ello; excepto con quienes comparten la responsabilidad de la Obra con él. Si no se observa
esta norma se pueden causar graves daños» (pág. 101). Obviamente, si en una comisión de nombramientos, al
proponerse el nombre de un miembro para cierto cargo, el tesorero o el pastor
de algún modo vetan a esa persona, están incumpliendo esta norma básica de
discreción, al poner en evidencia ante un grupo de hermanos el hecho de que
esa persona no está devolviendo el diezmo, o no lo está devolviendo según los
criterios que los dirigentes consideran aceptables.
¿Qué dice la Biblia?
Además del Manual,
y muy por encima de él, los adventistas debemos guiarnos por la Palabra de Dios. ¿Qué se
dice en ella sobre el procedimiento para elegir los cargos de la iglesia? Sólo
se habla de los dos establecidos por la iglesia apostólica: ancianos (epíscopos) y diáconos. En los listados de rasgos personales que se espera de ellos (1 Tim.
3: 1-13; Tito 1: 6-9) apenas hay
referencias a cuestiones económicas, excepto «que no sea codicioso de
ganancias deshonestas» y, si acaso, el criterio general (1 Tim. 3: 11) de ser «fieles
en todo» (exigido específicamente a las diaconisas, en un contexto en que no parece
hacerse referencia a las finanzas). Por cierto, ¿ponemos énfasis en que los
hermanos, y en especial los que ocupan cargos, no obtengan ganancias
deshonestas? ¿Se suele predicar sobre ello? ¿Se rechazan diezmos y ofrendas que
proceden de ganancias deshonestas?
Pero tenemos un texto todavía más importante: «Cuando tú des limosna, no
sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará»
(Mateo 6: 3). Considerando el principio que establece Jesús con estas palabras,
y aun cuando un diezmo no sea exactamente una limosna, los cristianos jamás deberíamos tener en mente que el uso
de nuestros recursos deba hacerse con el propósito de “dar ejemplo”. Significativamente,
Jesús pone como ejemplo de fidelidad a la viuda que entregó dos blancas (Marcos
12: 41-43), quien en ningún momento pensó que su acción resultaría ejemplar
(¡precisamente también por eso lo fue!).
Protección de datos personales
A partir de aproximadamente los años 30 del siglo XX la Iglesia Adventista
se fue conformando como una institución mecanicista, según un ethos
que se ha denominado “la devoción de los años 20-60”. Se fue dando cada vez mayor importancia a lo
cuantitativo frente a lo cualitativo, se
importaron técnicas de gestión empresarial (las de aquella época,
profundamente conductistas) y se puso
mucho énfasis en el control de las personas. Aunque ha habido avances, en cierta medida todavía somos rehenes de
esa mentalidad. El Manual de la iglesia
la refleja en algunos puntos y nuestros pastores han sido formados según ella. Pero
cada vez son más los que se van dando
cuenta de que debemos volver a ser más un movimiento que una institución, y regresar al modelo
bíblico de iglesia orgánica.
Por otro lado, la
propia legislación civil de los estados nos ha obligado a gestionar de forma
diferente algunos asuntos. En las actas de los consejos de las iglesias ya
no se recogen aspectos personales sobre hermanos (por ejemplo, detalles sobre
por qué se les da de baja de la iglesia), pues con la legislación actual se nos
podría denunciar por no respetar la intimidad personal. Poco a poco se van
aprendiendo algunos procedimientos garantistas (aunque todavía es frecuente que
se aplique el principio inquisitorio en lugar del acusatorio).
Debemos aplicar estos
cambios a la cuestión del diezmo y las ofrendas; no sólo porque las leyes nos
obliguen, sino por los principios evangélicos expuestos. Es triste
comprobar cómo, una vez más, la sociedad civil va por delante de nuestra
iglesia, cuando debería ser al revés. En cualquier caso, contemplando el asunto
de forma constructiva, aprendamos de los demás. Hoy en día en España algunas de
las prácticas que recientemente se han fomentado sobre el control de las
conductas de los hermanos con relación al dinero serían contrarias a la Ley de Protección de Datos de Carácter Personal.
Resulta como mínimo llamativo que los dirigentes apelen a
esa ley para ocultar información, precisamente en casos en los que su deber es
informar. Conozco muy de cerca el caso de un consejo que tomó una decisión
disciplinaria sobre un empleado de una institución, sin darle ninguna
explicación a la persona afectada. Al exigírseles esas explicaciones, uno de
los consejeros ¡invocó esta ley para justificar la falta de transparencia! Una
práctica de ocultamiento que, además, va en contra de nuestros propios
reglamentos denominacionales.
Apliquemos la ley (y, sobre todo, la ética bíblica) como
corresponde, y erradiquemos de una vez los
intentos de inmiscuirse en aspectos íntimos de las personas.
¿Cómo conseguir que los miembros entreguen el diezmo, y lo entreguen a la Unión?
Considerado todo lo anterior, cabe preguntarse qué podrían
hacer los dirigentes de la iglesia para animar a los miembros a ser fieles en
la devolución del diezmo y a entregarlo a la Unión, como personalmente considero que es lo
deseable.
Como indica el Manual,
se debería «animar» a todos a devolver un diezmo fiel con «palabras de aliento
pronunciadas con el espíritu del Maestro». Eso excluye el uso descontextualizado
de pasajes como el de “me habéis robado” de Malaquías, tratando de hacer
sentirse culpables a los hermanos, o el reproche paternalista de quien maneja
datos estadísticos y reprende a la iglesia por no dar lo suficiente.
El enfoque debe ser
siempre positivo. Para ello es importante que se expliquen estas cuestiones económicas en el contexto de lo que
significa bíblicamente la iglesia. Por eso, antes de hablar de las
donaciones de dinero es necesario asegurarse de que estamos construyendo
iglesia entre todos: una iglesia participativa y dinámica, en la que se priorice la entrega personal a la
entrega de los bienes, pues la donación siempre ha de ser consecuencia de un compromiso basado en
la convicción, no de un arrebato de mala conciencia provocada por otros. Si no,
sería un ejemplo más de tratar de construir la casa empezando por el tejado. Al
igual que los frutos sólo pueden ser resultado de la fe y el amor previos, la fidelidad en el uso de los recursos sólo debería ser resultado de
una clara comprensión de la iglesia y del compromiso personal
correspondiente. Desde una perspectiva espiritual (la única que se puede tener
sobre el asunto), es preferible “perder” las donaciones de quienes no han
recorrido el camino previo, a “ganar” las de quienes lo hacen por mala
conciencia.
Según este enfoque eclesial, es necesario generar un clima de confianza mutua entre todos los
miembros del cuerpo de Cristo. Leemos sobre los primeros cristianos: «Todos los que habían creído estaban juntos y tenían en
común todas las cosas: vendían sus propiedades
y sus bienes y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno» (Hechos
2: 44-45). Y: «Así
que no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían
heredades o casas, las vendían, y traían el producto de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a
cada uno según su necesidad» (Hechos 4: 34-35).
Uno puede pensar: ¡Cómo eran los
miembros de la iglesia de entonces, tan consagrados! Cierto; a la vez uno se
pregunta: ¿Y cómo eran los dirigentes? ¿Por qué los hermanos confiaban en que
sus donaciones serían gestionadas correctamente? Muy sencillo: porque todos veían
lo que se hacía con los recursos donados. Ese mismo clima es el que hay que
fomentar hoy, para lo cual es imprescindible la transparencia en todos los ámbitos, incluido el financiero.
En el nivel local, es
importante que el tesorero de cada iglesia explique con detalle su informe de
cuentas en asamblea administrativa, como suele hacerse en todas las
iglesias una vez al año. Es un momento ideal para promover el enfoque positivo
y de ánimo, y evitar el tono de reproche.
Pero en general los
hermanos confían en los tesoreros locales, no sólo porque los han elegido,
sino también porque saben que sus cuentas son auditadas por la Tesorería de la Unión. El propio tesorero tiene
la tranquilidad de que esas revisiones anuales eliminan cualquier sospecha de
fraude o malversación. La confianza no
es fruto de una fe ciega en las personas, sino de saber que hay controles que
impiden que se gestionen mal los recursos. Cuando en nuestra iglesia se dan
casos de malversación se debe a que, precisamente por tener confianza en
ciertas personas que siempre han dado muestras de integridad, se han relajado
los controles establecidos por nuestras normas. Ni el tesorero debería sentirse molesto por ser controlado (todo lo
contrario), ni el auditor debería sentirse incómodo ejerciendo su función.
Suelen darse más problemas de confianza con respecto a los
dirigentes de niveles administrativos superiores. Es comprensible que los hermanos se pregunten adónde va a parar el
dinero que entregan a la iglesia. Y la respuesta nunca debería ser:
“Hermanos, confiad en nosotros, todo se gestionará con el máximo rigor”. Lo que
la iglesia necesita son cuentas claras, y eso es lo que se está promoviendo
desde las instancias más elevadas de la institución (véase Voces por la transparencia en la iglesia). Por ello, lo mismo que los tesoreros
locales ofrecen su informe a los miembros, las
tesorerías de los niveles administrativos superiores deberían ofrecer informes
de la gestión de sus recursos. Como se explica en el artículo citado, la Asociación General
publica un resumen del presupuesto mundial y ofrece a quien lo desee una copia
completa del documento. Igualmente, los niveles intermedios, como las
divisiones y uniones, deberían proporcionar esos informes.
En las visitas del
tesorero de la Unión
(o de la División)
a las iglesias hay ocasiones en que ni siquiera se tratan estas cuestiones,
sino que este ofrece una predicación, o varias, repitiendo una y otra vez el
planteamiento esquemático de que Dios te bendice materialmente si devuelves el
diezmo (a la Unión,
por supuesto). Y muchos hermanos se preguntan: ¿Este hermano ha venido desde
Madrid, o desde Berna, para darnos este mensaje? ¿Esto es lo que considera que
debemos oír? ¿No siente además el deber
de informar a la iglesia sobre la tarea administrativa para la cual ha sido
elegido?
Y, en caso de hacerse una exposición sobre tesorería, suele
limitarse a presentar de forma general algunos datos sobre proyectos, pero no
hay una auténtica rendición de cuentas. No nos sorprendamos después si entre
los hermanos corren rumores sobre si se ha gastado tanto en determinadas cosas,
o si hay quienes cobran ciertas cantidades. Por esta razón, los miembros debemos tener información
sobre la cuantía dedicada al pago de nóminas y complementos salariales a
administradores y pastores para que seamos más conscientes tanto de nuestra
responsabilidad en la devolución del diezmo como del buen uso que, por parte de
la administración, se esté realizando de esos fondos. De la misma manera
debemos saber a qué se destinan los diezmos
y a qué las ofrendas, cómo se financian las diferentes actividades de los
departamentos, qué dietas se pagan para los desplazamientos y actividades de
los dirigentes y los miembros de los consejos, etcétera. Lo mismo sobre las instituciones dependientes de la iglesia, a las
cuales destinamos parte de nuestras ofrendas. Antes de que los miembros
pregunten sobre estas cuestiones al tesorero, éste debe haber dado
explicaciones detalladas sobre ellas. Y si
alguien pregunta, jamás debería tratársele como a quien hace mal por “desconfiar”
de los siervos del Señor, sino como
a alguien cuyo interés por la marcha de la institución beneficia al conjunto de
la iglesia.
Es cierto que la transparencia en ocasiones provoca que haya
quienes, comparando cifras, planteen las cuestiones de este modo: si nuestra
iglesia, o nuestro distrito, entrega más diezmos, ¿no debería beneficiarse de
una mayor parte del pastel? Pero la respuesta a estos planteamientos no puede
ser menos transparencia, sino más; también que el asunto se trate más
frecuentemente en reuniones colectivas a fin de promover una cultura general
sobre el asunto, y que se insista en un enfoque de la iglesia como proyecto común solidario que trasciende a la
congregación local.
Porque si algo anima
a los hermanos a entregar el diezmo ala Union, no es un sentido legalista
del deber, o el miedo a que Dios no le bendiga a uno si no es fiel hasta el
último céntimo, sino la conciencia de que formamos parte del cuerpo de Cristo,
y tenemos proyectos comunes de ámbito nacional o internacional. Pero para
sentir eso, debemos conocer los proyectos y tener información completa sobre su
desarrollo.
Con frecuencia, los dirigentes identifican la entrega del
diezmo a la Unión con la confianza
en Dios. Pero una cosa es fidelidad a
Dios, otra confianza en la institución. Obviamente, todos creemos que la
única forma de confiar en Dios es conociéndolo previamente; nadie instaría a un
hermano a que confíe en Dios sin comprender antes cuál es su carácter.
Igualmente, a quien aparta su diezmo para Dios y se pregunta qué destino
concreto darle, en qué “alfolí” depositarlo, la única forma de hacerle ver que lo
deseable es entregarlo a la
Unión, es dándole a conocer el funcionamiento de esa
institución. Primero el conocimiento, luego la entrega y el compromiso.
Una tendencia propia de las instituciones establecidas, y
que es común en nuestra iglesia, consiste en ocultar los errores, procurando que nadie se entere de ellos. Ese
proceder no sólo no es cristiano, sino que además es contraproducente, pues
tarde o temprano se acaban filtrando datos y se generan rumores con versiones
contradictorias y posiblemente hasta con exageraciones. La mejor forma de
atajar estos problemas es informar de manera fidedigna de los errores
cometidos. También en asuntos económicos debería ser así. Precisamente para evitar la desconfianza de los
miembros, es necesario que los dirigentes reconozcan públicamente lo que se ha
hecho mal, con el compromiso de que se evitará que vuelva a ocurrir (y con
la consiguiente asunción de responsabilidades por parte de quienes hicieron lo
incorrecto, por supuesto). Aunque quien ocupa cargos de responsabilidad siente
la tentación de creer que esos reconocimientos socavan la confianza en la
institución, lo cierto (y lo bíblicamente establecido: Mateo 23: 12; Efesios 5:
11; Santiago 5: 17) es que precisamente la fortalecen, pues la congregación
comprueba que los errores tienen sus consecuencias y se atajan, facilitando que
sea Dios quien dirige la obra. Y además mostrando arrepentimiento sí que se da ejemplo a la iglesia.
Volviendo a la iglesia local, sería positivo que los pastores explicaran a la congregación que el
diezmo es un principio bíblico que atañe al ámbito privado de cada fiel, y
que por tanto el manejo de la información sobre las donaciones de las personas
debe hacerse y se hará porque no queda más remedio que alguien administre el
dinero, pero siempre con la máxima discreción por parte del tesorero y el
pastor. Convendría que el pastor local explicara públicamente que él no tiene
intención de conocer los datos sobre entrega de dinero por parte de los
hermanos, y que renuncia a controlar los recibos de donaciones personales de
tesorería.
En relación con esto, sería
deseable que la propia Tesorería de la Unión promoviera un procedimiento
para que los datos personales de los donantes fueran manejados por el mínimo
número de personas. Se puede establecer un sistema de códigos numéricos
cuyo listado tendría la tesorería de la iglesia local, de modo que sólo el
donante y el tesorero supieran quién entrega cada cantidad. El donante tendría
el recibo que probaría que su dinero ha sido ingresado, y la Tesorería de la
Unión comprobaría que todos los recibos están en orden, sin necesidad de que en
las oficinas se sepa cuánto da este hermano y cuánto este otro. Por supuesto,
sería un sistema voluntario, pues muchos hermanos desean que su nombre conste
para recibir de la Unión el certificado anual de sus donaciones con el que
solicitar la desgravación en la declaración de la renta. Pero al menos debería
existir como posibilidad.
Conclusiones
El enfoque sobre la mayordomía siempre debe ser positivo y
debe dirigirse a los aspectos más profundos de la misma: «Reconocemos el derecho de propiedad por parte de Dios mediante
nuestro servicio fiel a él y a nuestros semejantes, y mediante la devolución de
los diezmos y las ofrendas que entregamos para la proclamación de su evangelio
y para el sostén y desarrollo de su iglesia. La mayordomía es un privilegio que Dios nos ha concedido para que crezcamos
en amor y para que logremos la victoria sobre el egoísmo y la codicia. El mayordomo fiel se regocija por las
bendiciones que reciben los demás como fruto de su fidelidad» (Manual, págs. 45-46). Para alegrarnos
por esas bendiciones, debemos conocerlas. Deben destacarse, por tanto, aspectos
como la soberanía de Dios, la fe y la fidelidad, pero también otros como la solidaridad y la transparencia.
Comprendidas las bases espirituales del asunto, así como el
modelo de iglesia bíblico, debemos esforzarnos por ser autocríticos y reconocer
que ciertos planteamientos arraigados en nuestro medio pueden provocar daños, e
incluso el efecto contrario al buscado, por lo que es necesario corregirlos.
Deben superarse los
enfoques conductistas y legalistas, no sólo porque no son bíblicos, sino
porque además chocan con la mentalidad posmoderna propia de nuestros días. Hoy
es más cierto que nunca el principio de que a menor control sobre las personas, más fidelidad; a mayor libertad,
mayor grado de compromiso; a menor presión sobre las conciencias, más gente
buscará actuar con coherencia. Si no entendemos esto, seguiremos dando coces
contra el aguijón y lamentándonos de que los hermanos “no son fieles”.
No debemos
administrar nuestros recursos pensando en el ejemplo que podemos dar; en
cambio, debemos “buscar el ejemplo”, es decir, solicitar y promover el
conocimiento de lo que sí debe conocerse: no los datos privados de quién da
cuánto, sino la información sobre los ingresos y los gastos generales, los planes,
la gestión de los recursos… Si los administradores “dan ejemplo” con esas
prácticas de transparencia, toda la iglesia se sentirá partícipe de un proyecto
común y solidario.
No es aceptable que un mismo dirigente ponga énfasis en los
detalles sobre el diezmo, y a la vez promueva la falta de transparencia y de
limpieza en los procedimientos administrativos. No se puede exigir a los hermanos que confíen en los dirigentes, y que
a la vez los dirigentes den mal ejemplo desconfiando de los miembros.
Resulta absurdo y, sobre todo, inmoral que el dirigente desee controlar a los
miembros, pero no esté dispuesto a rendir cuentas ante ellos.
La responsabilidad de los “laicos” no se limita a colaborar
con nuestros recursos, ni consiste en delegar ciegamente toda gestión de los
mismos a los administradores. Los buenos
administradores desean que se conozca su gestión, y promueven la
transparencia, sabiendo que así se genera la confianza; y los miembros de
iglesia activos y comprometidos han de transmitirles su deseo de conocer esa
gestión y de confiar en ellos no por quiénes son (todos somos falibles y
corruptibles), sino por cómo actúan.
Solo si comprendemos estos principios cristianos podremos
esperar que se cumpla la parte más hermosa de las palabras del profeta; y las
leeremos no desde una perspectiva materialista, sino en su plenitud espiritual,
como un pueblo unido en un proyecto: «Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi
Casa: probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, a ver si no os abro
las ventanas de los cielos y derramo sobre vosotros bendición hasta que
sobreabunde» (Malaquías 3: 10).
Con el mayor agrado he leído su valioso trabajo sobre el diezmo.
ResponderEliminarHermano Pastor estoy invitándole muy cordialmente desde Venezuela a que me ayude a afinar un trabajo sobre responsabilidad social y las inversiones que debemos hacer sin afectar la economía de la iglesia.
Este es mi trabajo: La sala web proactiva
"La elevada conciencia del deber social que posee todo verdadero cristiano no está determinada por ninguna revolución “socialista”, sino por el conocimiento profundo de la ley de Dios.
Mas, sin embargo, por existir un apático vacío en la comprensión de la responsabilidad social determinado por el 132 Constitucional que obliga como deber patrio que: “Toda persona está en el deber de cumplir sus responsabilidades sociales y participar solidariamente en la vida política, civil y comunitaria del país, promoviendo y defendiendo los derechos humanos como fundamento de la convivencia democrática y de la paz social”, es urgente, en virtud de las oportunidades otorgadas por las leyes en Venezuela estudiar este tema.
Nadie en Venezuela puede negarse al deber social. Lo que antes obligaba sólo a las empresas, como personas jurídicas, por sus ganancias anuales a contribuir con las Fundaciones y ONG, desde 1999 las personas naturales estamos obligadas a desarrollar un trabajo social voluntario. Y es la iglesia, como hermandad, lanzar el programa de ayuda mutua y la red social financiera, puesto que sin recursos no vale ningún trabajo social voluntario.
Que en E.U.A. no exista esta ley y los hermanos actúen apegados a sus leyes, no tienen excusas ante Dios, mucho menos ante nosotros que somos un país del “tercer mundo”, subdesarrollado y con una gran pobreza relativa. No una gran potencia como lo son ellos.
Ante estas realidades, razonamos con absoluta lógica. Si muchos permanecen como niños espirituales en su expresión altruista hacia sus mismos hermanos en la Fe y no practican la ayuda mutua desde el punto de vista de un capitalismo solidario; muchos, también, no esperarán que se acaben estas oportunidades para invertir todo lo que son y todo lo que tienen en la causa de Cristo y en la causa del evangelio.
Nuestro programa de ayuda mutua, estructura básica de la red social financiera, se fundamente en la instalación de Salas Web Proactivas (SWP). Sea en el local de cada iglesia. Sea en la sala de cada hogar que cumpla los requisitos.
Para entender qué es una SWP basta conocer sus cuatro talleres ofimáticos:
1- “Alfabetización Tecnológica”.
2- La Web 2.0.
3- “Mi negocio propio”.
4- “Potenciación comunitaria”.
La SWP no es otra cosa que “Dar el pescado y enseñar a pescar”.
Seguir leyendo
http://internetpoderpopular.blogspot.com
HE VUELTO A PUBLICAR ESTE ARTÍCULO EN EL NUEVO BLOG DE JONÁS BEREA, DONDE SERÁN BIENVENIDOS LOS COMENTARIOS:
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Este blog no está activo; tiene continuidad en el siguiente blog:
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