Por Teresa Knipper
Publicado también en CaféHispano (Spectrum)
Traducción de Luis
González del original en inglés publicado en Spectrum.
La semana pasada me encontraba yo regando mis plantas de
interior y revisando una adquisición de finales del verano, una ganga del
vivero de mi barrio. No puedo resistirme a rescatar a estas huérfanas y a
devolverles la vida. “Esta se está poniendo muy bonita”, señalo mientras
inspecciono unas cuantas hojas verdes nuevas. “Pero, ¿qué es este bulto en la
hoja?” Lo observé más de cerca y descubrí que se trataba de una crisálida de
mariposa. Después de rastrear algunos libros sobre mariposas, descubro que se
trata de la crisálida de la mariposa blanca de la col, una especie muy común en
los campos de cultivo y también en mi jardín. Se considera una plaga ya que su
oruga come la col, el brócoli y cultivos similares.
A veces, nuestra vida espiritual puede tener la misma
calidad de la espera y de latencia. Hay periodos de sequedad, complacencia o
inmovilismo. Pero podemos utilizar las lecciones de la naturaleza para aprender
a estar en lo que puede ser el difícil espacio liminal de la espera, el umbral
entre lo que había antes y lo que viene después. ¿Puedo reducir la velocidad
para observar todas las posibilidades? El periodo de umbral me pide paciencia y
presencia ante las expectativas, regocijándome en el “todavía no” de las partes
de mi ser más profundo que aún no han sido puestas en mi conciencia. Mis
propias prácticas espirituales en los periodos latentes son más silenciosas y
contemplativas. Pueden incluir escribir un diario, hacer un retiro, dar largos
paseos por el bosque sin hojas, formar un laberinto de nieve en mi patio
trasero... Muchas de estas prácticas pueden engendrar una tranquila y paciente
anticipación de lo que se está fraguando en el alma.
Henri Nouwen nos da una gran comprensión de la naturaleza de
la espera en su libro The Spirituality of Waiting. Nouwen utiliza las
historias bíblicas de Zacarías, María, Isabel, Simeón y Ana, para ilustrar la sagrada
disciplina de la paciencia. Estas figuras están a la espera de la venida de
Cristo al mundo. Podríamos pensar que sus vigilias eran pasivas, sin embargo
Nouwen nos dice:
«No hay nada de esa pasividad en la Escritura. Los que
están a la espera lo hacen de forma muy activa. Saben que aquello que esperan
está creciendo a partir del suelo sobre el que están en pie. Ese es el secreto.
El secreto de la espera es la fe en la semilla que ha sido plantada, en que algo
ha comenzado. Espera activa significa ser consciente del momento, en la
convicción de que algo está sucediendo. Una persona que espera es una persona
paciente. La palabra ‘paciencia’ significa la disposición a permanecer donde
estamos y vivir la situación al máximo, en la creencia de que algo oculto se
manifestará a nosotros. La gente impaciente espera siempre que las cosas reales
sucedan en otro lugar, por lo que desean cambiar de escenario. El instante está
vacío. Sin embargo, la gente paciente se atreve a quedarse donde está. Espera
activa significa ser consciente del momento, en la convicción de que algo está
ocurriendo donde tú te encuentras y quieres vivirlo».
Tampoco encontramos ninguna pasividad en la naturaleza.
Aunque pensamos en una oruga como “durmiendo” en su crisálida, en realidad se
está produciendo una gran transformación. Las células esenciales y el ADN deben
primero quebrantarse y después reorganizarse en una estructura completamente
diferente. El insecto, de ser una criatura que se arrastra lentamente sobre el
suelo, o sobre las hojas de las plantas, pasa a ser una belleza alada que puede
volar y asombrar al observador con sus colores luminosos. Pero estos cambios no
son tan evidentes para el observador superficial.
¿Cuál es la lección que tanto Nouwen como la naturaleza nos
dan acerca de la espera? Que debemos apropiarnos del presente incluso cuando
parezca que no pasa nada. Tenemos que estar activamente comprometidos en lo que
Dios nos está enseñando y entregarnos a la silenciosa labor de lo latente,
sabiendo que está lejos de ser una pérdida de tiempo. Simeón, en el Evangelio
de Lucas, conocía el proceso latente. El evangelista dice de él que “esperaba
la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba sobre él” [Luc. 2:
25]. Orando a diario en el Templo, Simeón estaba listo para recibir a Cristo
porque se había involucrado en una santa espera colmada de promesas. Incluso en
el largo tiempo de espera y la aparente ausencia de Cristo, el Espíritu Santo
estaba con él. Estaba preparado para reconocer a Cristo cuando le fuera
presentado.
Por nuestra parte, podemos cultivar el mismo tipo de
preparación que el profeta exhibió al permanecer activo en el trabajo
silencioso de la espera. Así como dejo descansar mi jardín hasta que el suelo
se deshiele, me doy cuenta de que la latencia es tan importante como el
crecimiento y la producción. Por lo tanto, está en mis tiempos espirituales que
puedo descansar en la esperanza de que la semilla se prepara para su explosión
desde el suelo. En los campos en barbecho, la tierra reúne los nutrientes para
producir alimento y belleza en la primavera. ¿Es posible que lo que puede
parecer infructuosa espera sea en realidad preparación para lo que está por
venir?
Así pues, mientras espero la mariposa, no voy a perderme la
belleza de la crisálida, la obra en curso. De la misma manera que el Creador se
toma un cuidado exquisito para elaborar un receptáculo en la col a fin de que
se transforme en mariposa blanca, Dios utiliza el bienaventurado espacio de la
espera para facilitar nuestra propia y profunda metamorfosis.
Teresa Knipper, consejera
espiritual, máster en jardinería, y aficionada a las mariposas, escucha la
presencia de Dios en la vida de las personas, las plantas y las criaturas que
vuelan. Vive con su esposo en Nueva Jersey. La fotografía de la crisálida es suya.
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