Publicado también en CaféHispano (Spectrum)
Desde que el pecado entró en el mundo, el hombre perdió su
relación de paz con Dios, y sufre de odio, tristeza, temor, agitación, egoísmo,
violencia, incredulidad, orgullo y desequilibrio. Este es el fruto de haber
perdido la presencia del Espíritu Santo en el corazón. Por muchos intentos que
hagamos, no podemos alcanzar la verdadera paz y alegría para nuestra vida sin
Él. Es sólo Dios quien puede volver a llenar ese vacío que hay en nosotros.
Los hombres buscan la
paz interior
La historia está plagada de ejemplos donde el hombre intenta
conseguir la paz sin tener en cuenta a Dios. Actualmente, el hombre sigue en
esa búsqueda desesperada de paz interior, sin darse cuenta que en realidad la
solución está fuera de él. Y a pesar de que no tenemos paz en nosotros, ni la
podemos conseguir por nosotros mismos, los hombres siguen tratando de buscarla,
una y otra vez, en filosofías, creencias, religiones o corrientes psicológicas
donde se les dice que la solución está en el interior. Es por este motivo que
nunca terminan de encontrarla, ya que la verdadera, únicamente se obtiene por
medio de Dios.
Los cristianos
también buscan la paz
Los cristianos, como todos los demás hombres, somos
buscadores de paz y reposo. Pero podemos caer en una condición mucho peor que
el resto de los seres humanos cuando, movidos por nuestra naturaleza humana,
pretendemos encontrar la paz de Dios por nuestros ritos y tradiciones. Es lo
que podríamos llamar “humanismo cristiano”. Esta es la mayor trampa en la que
los hombres pueden caer. Podríamos definir este concepto como: “La forma
cristiana de pensar y obrar que un hombre acepta de forma intelectual, creyendo
que por ese medio alcanzará la felicidad.” Es aceptar una forma de vivir,
actuar conforme a ella, y pensar que entonces se alcanzará la paz.
Aparentemente, esta forma de pensar y vivir puede conseguir
cristianos obedientes y consagrados, pero nunca cristianos que alcancen la paz
de Dios, y que reflejen el carácter de Cristo. Esto no es más que “ética
cristiana”; es la esencia del fariseísmo. Y en las iglesias abundan este tipo
de cristianos. Un ejemplo histórico nos ayudará a entender el problema.
El reposo del sábado
Cuando Jesús vino a esta tierra, se encontró en medio de una
cultura cuya religión estaba muy bien organizada, muy fiel, devota y obediente
a Jehová. Posiblemente, ellos eran más religiosos que los cristianos actuales.
Si alguna vez hubo un grupo de personas con fervor religioso, esos fueron los
judíos.
Ellos habían aprendido a lo largo de la historia a guardar
la ley, y el día de reposo, sin entender que ese día era, además de un
mandamiento, un símbolo de reposo y paz permanente entre Dios y el hombre.
Habían hecho del sábado un fin en sí mismo, pero no tenían el reposo de Dios en
su corazón. La observancia del sábado, junto con el resto de ritos y
ceremonias, constituía para ellos la prueba visible de autenticidad de ser
pueblo de Dios. Pero todo esto no era más que una apariencia exterior.
En el principio, el sábado simbolizaba la culminación de una
relación permanente de paz que existía en el Edén entre Dios y el hombre. El
pecado hizo que aquella relación se rompiera, y los judíos se apropiaron de
aquel símbolo sin vivir lo que representaba. Por ello, lo que debía simbolizar
una relación lo convirtieron en una distorsión.
Hoy, muchos guardadores del sábado también han hecho de este
día una señal de identidad y fidelidad a Dios sin haber comprendido su
significado más amplio, tal y como ocurrió con los judíos. Tanto es así, que
algunos creen que la observancia del sábado por sí misma es lo que diferencia a
los verdaderos cristianos del resto. Pero la Palabra de Dios en el libro de Hebreos nos
muestra claramente que podemos ser guardadores del sábado y no conocer a Dios.
Los judíos y el
reposo de Dios
Cuando el apóstol Pablo escribió la carta a los Hebreos, lo
hizo sabiendo muy bien el problema que tenían los judíos de su época. Ellos
guardaban el sábado, pero no habían entrado en el reposo de Dios.
Repetidamente, les dice que es posible ser judío (también cristiano) y no haber
entrado en el reposo de Dios (Heb. 3: 11,18).
De hecho, Pablo les dijo que el pueblo de Dios no había
experimentado el reposo de Dios por su incredulidad (Heb. 3: 19) y su
desobediencia (Heb. 4: 6). Hoy nosotros podemos decir que somos cristianos pero
a la vez ser incrédulos y desobedecer al Dios que decimos adorar. Igual que a
Israel no le “aprovechó oír la
Palabra” (Heb. 4: 2), tampoco a nosotros nos aprovechará oír
y leer la Biblia
sin experimentar y vivir el reposo de Dios.
Pablo trató de explicar a los judíos que aunque el antiguo
pacto de sacrificios había sido establecido por Dios, era sólo un reflejo del
nuevo pacto que quería establecer en el hombre a través de Cristo. El apóstol
les dijo que el Hijo de Dios había venido a la tierra como representarte del
“Dios de paz” (Rom. 15: 33).
¿Qué es el reposo de
Dios?
Los hombres, incluidos algunos cristianos, han creado toda
una serie de métodos, teorías y atajos para alcanzar la verdadera paz, pero
ninguno de ellos da resultado. Sólo Dios puede dar la vuelta a la desesperado
condición humana.
Los judíos también habían ideado toda una serie de normas y
leyes, incluida la observancia del sábado, pensando alcanzar de esa forma lo
que no había en su corazón y que sólo Dios puede dar. Pero no es lo mismo un
día de reposo que una vida de reposo.
Cuando Jesús, después de tres años de relación, se estaba
despidiendo de sus discípulos antes de ser entregado, les expuso el objetivo
que quería que se cumpliera en ellos: “Todas estas cosas os he hablado para que
en mí tengáis paz” (Jn. 16: 33). Esta es la obra que está descrita, con otras
palabras, en el libro de Ezequiel: “Y pondré mi Espíritu en vosotros y
viviréis, y os haré reposar” (Eze. 37:
14). La recepción del Espíritu Santo en el corazón y la conversión del mismo es
lo que realmente trae vida y paz para que los hombres vuelvan a reposar en
Dios. Este es el “Pacto de paz” prometido también en el libro de Ezequiel (Eze.
34: 25; 37: 26)
Cuando esto ocurra, entonces la paz de Dios “guardará
nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4: 7) y
desearemos ocuparnos en las cosas del Espíritu sabiendo que ello es “vida y
paz” (Rom. 8: 6). Y cuando permanezcamos en esa experiencia más que en
cualquier otra, él nos guardará “en completa paz” (Isa. 26: 3).
Este reposo y paz de Dios en el corazón producirá un deseo
de agradar a Dios. Esa obediencia voluntaria a Dios será el resultado de que
Dios haya puesto su Espíritu y su paz en nuestro corazón. Cuando entremos en el
reposo de Dios, tendremos la ley de Dios en el corazón, y hacer la voluntad de
Dios será agradable (Sal. 40: 8). La obediencia a Dios ya no será una
obligación sino una satisfacción.
Cuando entremos en el reposo de Dios, que trae la paz a
nuestros corazones, tendremos “pensamientos de paz” (Jer. 29: 11). Por eso se
nos dice: “Mucha paz tienen los que aman tu ley.” (Sal. 119: 165). Esta es la
paz permanente que Dios prometió darnos. El Pastor transmitirá paz a sus
miembros (Jn. 21: 15), y estos lo harán unos con otros (Heb. 12: 14). Entonces
seremos contados entre “aquellos que hacen la paz” (Stg. 3: 18), y predicaremos
las buenas nuevas de paz (Efe. 2: 17).
El reposo de Dios y el
remanente
Cuando Jesús vuelva por segunda vez a la tierra, encontrará
un remanente experimentando el reposo de Dios. Serán representantes del “Príncipe de Paz” (Isa.9:6) y los
únicos pacificadores en medio de la convulsión del planeta.
Esa relación y experiencia, que está por encima de cualquier
otra, es la que estarán viviendo aquellos que estén esperando a Jesús cuando el
vuelva a buscarlos. Estos serán “hallados por él […] irreprensibles y en paz”
(2 Ped. 3: 14).
Conclusión
Dios creó al hombre
para que disfrutara de paz y reposo eterno, pero el pecado acabó con esa
condición. Jesucristo quiso que fuera reestablecida para que podamos comenzar a
disfrutar hoy de su paz en nuestros corazones (Rom. 5: 1). A pesar de la
condición de este mundo, sabemos que por medio del Espíritu podemos ser
transformados, y permanecer en Cristo con la confianza de saber que algún día
disfrutaremos del mismo reposo que Adán y Eva tuvieron antes del pecado. El
sábado es el día de la semana que culmina la paz de Dios que hemos disfrutado
ya durante la semana, y nos anticipa el “Pacto eterno de paz” que Dios ha
preparado, y que disfrutaremos junto a Él eternamente.
¿Es el día del
sábado el único reposo en nuestra vida o estamos experimentado el reposo de
Dios permanente? ¿Hay paz en nuestros pensamientos, palabras y acciones? ¿Es paz
lo que transmitimos a los demás?
“Procuremos, pues,
entrar en el reposo” (Heb. 4: 11) para que “sobre nosotros sea derramado el
Espíritu de lo alto”, y tengamos “paz […] reposo y seguridad para siempre”
(Isa.32:15,17).
Espero que esta obra se complete en ti, en mí, y en muchas
otras personas antes de que Jesús vuelva a buscarnos.
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