Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
Publicado también en Café
Hispano (Spectrum)
En mi
artículo anterior sugería formas asertivas y participativas de resolución de
conflictos doctrinales. Pero estoy convencido de que éstas sólo pueden darse en
el contexto de una iglesia en la que se fomente que todos los miembros
participen activamente.
Cerraba el artículo preguntándome cómo actuar cuando una persona predica ideas controvertidas en varias
iglesias y foros. Creo que hay que esforzarse por resituar la cuestión en la escala local, todas las veces que haga
falta, en lugar de tomar medidas autoritarias, que además tienen poco
recorrido, dada la autonomía de las iglesias.
Por tanto, si una iglesia informa a los administradores
sobre ideas que se están predicando en ella, creo que lo adecuado es fomentar que sea la propia iglesia la que
resuelva los posibles conflictos. Ello no quiere decir que la
administración se desentienda, sino que desde la Unión de iglesias se puede colaborar
con su experiencia y asesoramiento, formando a las iglesias en estrategias que
promuevan el debate doctrinal constructivo. Claro que para enseñar algo hay que
estar formado en ello…
Cultura del diálogo y el debate
Durante años se han presentado en las iglesias españolas, de
forma itinerante, diversos programas de formación; no los conozco tanto como
para poder evaluarlos en su conjunto, pero mi impresión es que su impacto ha
sido muy limitado, y por lo que he podido ver en alguno de ellos entiendo que fallaban
porque se trataba de un programa cerrado, “enlatado”, que se presentaba durante
unos días en las iglesias, como si la simple exposición de unas ideas pudiera
operar transformaciones en el grupo. La pedagogía, la didáctica y la dinámica
de grupos enseñan que la única forma de
que una persona o un colectivo se impliquen en algo es haciéndoles partícipes
del proceso de aprendizaje, y para ello los programas deben partir de las
necesidades del propio colectivo. La formación debe ser activa, participativa
y constructiva, no una simple transferencia de ideas. Y en el mismo momento en
que se está formando, se debe empezar a construir
un proyecto asumido por la mayoría de los participantes; si no se hace así,
todo lo que se ha transmitido se irá olvidando y quedará en nada.
La Unión
de iglesias debería contar con personas
que puedan formar a las iglesias en la cultura del diálogo y el debate y en la
resolución de conflictos de ideas. Podría tratarse de pastores o de
profesores del Seminario de Sagunto (en el caso de España), donde hay docentes
muy preparados, pero cuyo impacto en las iglesias es muy limitado, seguramente
por falta de recursos y de tiempo (por ejemplo, se echan en falta más textos
escritos para la iglesia por los profesores). El Seminario podría ser un “think tank” de la iglesia, entendido este
en sentido constructivo y transparente (no como esos “think tanks” del mundo que
son órganos conspirativos al servicio del poder). Debería sondear las ideas que
se mueven en nuestra iglesia, pero no para intervenir a modo de tribunal
doctrinal que emita sentencias de idoneidad o de falta de ella, sino para
entrar en diálogo con esas ideas y ofrecer argumentos documentados y sólidos. Los debates doctrinales no deberían ser tratados
en comités cerrados, sino realizarse en foros abiertos y participativos,
como hacían nuestros pioneros cuando pusieron en movimiento la Iglesia Adventista.
Aparte de estos recursos, no deben olvidarse otras
posibilidades. Por ejemplo, si en una
iglesia se ha afrontado un debate doctrinal con resultados positivos
(salvar la convivencia, enriquecerse con la confrontación de ideas…), se puede pedir a quienes participaron que
viajen a otra iglesia para compartir su programa. Así ellos mismos se
enriquecerán con las ideas que aporten otros hermanos.
Como se puede ver, lo que propongo es profundizar en un modelo de iglesia que trabaja en red, superando
el modelo vertical, según el cual unos dirigentes desde los órganos
directivos de la capital diseñan sabios programas para “transferirlos” a las
iglesias. Necesitamos potenciar los aspectos y programas en red ya existentes y
desarrollar otros nuevos, de modo que los fieles sean cada vez más
participativos y menos pasivos.
La Unión
española está diseñando algunos programas de “iglesias posmodernas”, con un
perfil diferente a las iglesias convencionales. Pero quizá lo que necesitamos no es tanto crear nuevas iglesias, sino
modificar la forma en que funcionan las que ya existen.
Recientemente asistí en una iglesia a una reunión de viernes;
la persona encargada había preparado unas preguntas sobre el tema del perdón,
las había distribuido con antelación entre varios participantes (la gran
mayoría jóvenes) y durante un tiempo no demasiado extenso moderó un coloquio,
en el que también pudo participar el público. Puntualmente hubo alguna
discrepancia en los enfoques, pero todos los asistentes salimos muy
enriquecidos. Una joven me comentó que, si fuera por ella, todas las reuniones
de viernes tendrían un formato similar a ese. ¿A qué estamos esperando
entonces? Busquemos nuevos formatos para
nuestras reuniones; seguro que Dios bendecirá las nuevas formas de
dinamizar las iglesias.
Siempre habrá alguien que dirá: “Pero pensemos en las
personas mayores, que están acostumbradas a llegar a la iglesia y a escuchar un
sermón. Si les cambias el modelo, no les gustará”. Creo que esta asunción está
basada más en un prejuicio (o en nuestra comodidad mental…) que en la realidad.
Precisamente en esa reunión de viernes, dirigida por jóvenes, los asistentes
que más participaron fueron las personas mayores. En mi iglesia hemos empezado
a desarrollar unas tertulias sobre una lectura o sobre un tema libre; asiste un
grupito variable de hermanos, pero los más incondicionales son personas
mayores. Los ancianos tienen en general
una mentalidad mucho más joven de lo que creemos. El problema es que, como
dice Joel Barrios, hay “jóvenes viejos”, que son quienes normalmente
obstaculizan los cambios.
Muchos apreciamos con preocupación una tendencia cada vez mayor a desarrollar programas largos y ceremoniosos.
Las presentaciones de bebés cada vez toman más tiempo del culto; hay un incremento
en los reconocimientos y agradecimientos a personas concretas (hasta se ha
llegado a cantar el “Cumpleaños feliz” al pastor antes del culto; lo más grave
es que el pastor, en lugar de frenarlo, ¡agradeció el gesto a la iglesia!). En
nuestros programas se acumulan los mensajes “de arriba abajo”, las intervenciones
musicales, los powerpoints, las lecciones magistrales…
¿Nos llena esto como personas, como cristianos, y
simplemente rellena nuestro vacío
espiritual? La iglesia tiene ganas de
escuchar, pero también de hablar. El problema es que la mayoría está
esperando que sean otros quienes promuevan estos espacios de participación; y
mientras tanto la asistencia merma porque muchos no encuentran sentido a la
rutina de siempre.
Creo que en todas partes se nota que a los hermanos les resulta insuficiente el tiempo de la clase de escuela
sabática, especialmente donde ésta se desarrolla de una manera realmente
participativa (otro objetivo que deberíamos conseguir, por cierto). Por eso
considero necesario que se organicen más
foros, mesas redondas, dinámicas de grupo, grupos de debate y de trabajo, coloquios,
paneles y debates, que se potencien los grupos pequeños y las actividades
que éstos pueden realizar.
En la última convención de AEGUAE
durante el tiempo de la escuela sabática se formularon preguntas muy sugerentes
que se trataron por grupos. En el momento en el que éstos estaban desarrollando
y compartiendo ideas de lo más interesantes, se acabó el tiempo de debate y
hubo que hacer una puesta en común. A muchos nos quedó la sensación de que ese
fue uno de los momentos más interesantes del encuentro, pero quedó truncado. Ya
no volvió a haber más posibilidades de generar ideas colectivamente. ¿No
estaría bien reservar en cada convención un tiempo amplio para este tipo de intercambios?
Pensemos en todos los encuentros
organizados por la iglesia: convenciones de pastores, de ancianos, de
departamentos; encuentros de laicos, de colectivos étnicos, de jóvenes… Hasta
donde conozco estos actos, el modelo
organizativo suele ser vertical: hay un invitado estrella, o varios,
a quienes se acude a escuchar porque tienen un mensaje importante para
los asistentes. Como mucho después de las ponencias se deja un tiempo para las
preguntas e intervenciones del público. Afortunadamente, cada vez se introducen
más otras actividades, como talleres, comunicaciones… Pero en ellos, en
general, el modelo suele ser el mismo: exposición “magistral” y posterior
intervención del público.
Creo que la iglesia
necesita que en cada una de estas ocasiones se dedique un tiempo amplio a la
participación colectiva. En las convenciones de pastores o de ancianos,
¿son ellos, que realmente conocen a las iglesias, quienes definen y priorizan los
puntos que se deben tratar? ¿Hay tiempo suficiente para que todos participen
compartiendo experiencias, propuestas, ideas, dudas…? Si se celebra, por
ejemplo, un encuentro de adventistas hispanoamericanos de Europa, ¿se organizan
grupos de debate y de trabajo para afrontar los problemas y las necesidades
específicos de este colectivo, o más bien se invita a varios ponentes que les
hablen de profecía, de doctrinas o de “cómo debe ser la iglesia”?
Sería importante que
los administradores estuvieran presentes en la mayor parte de los actos en los
que se propicie la participación de la iglesia, a fin de que tomaran nota
del sentir de los miembros, de las aportaciones que estos pudieran hacer, y a
fin de que también pudieran dar cuenta de su gestión e informar sobre el
funcionamiento de la iglesia.
¿Cómo podemos esperar una iglesia viva, activa y unida si,
seguramente por inercia, predomina entre nosotros un modelo verticalista, donde
se da por hecho que unos son los expertos, cuya misión es enseñar, y el
conjunto de los miembros deben limitarse a escuchar pasivamente lo que se les
enseña? ¿Cómo podemos hablar de la
implicación de “los laicos”, y a la vez extender una sospecha permanente, o
directamente la censura, sobre cualquier encuentro de laicos que no esté
organizado y controlado por los administradores? Nuestro objetivo debe ser
sumar, no dividir. Asumir que, con todos los errores e insuficiencias de cada
uno de nosotros, todos tenemos algo que
aportar. Y si hay errores, incluso herejías, creo que sólo se
pueden combatir mediante las relaciones fluidas y el encuentro fraternal.
Convivamos, compartamos, debatamos y el Señor hará el resto y nos conducirá a
donde debamos ir.
Comunicaciones
Reforzar el modelo participativo necesariamente pasa por una
mejora e intensificación de las comunicaciones; pasaré por alto la política de
comunicación hacia fuera de la iglesia y me centraré en las comunicaciones
internas.
Considero imprescindible una comunicación ágil y bien organizada de lo que ocurre en la iglesia,
con énfasis especial en aquello que tradicionalmente se silencia, pero que es
necesario que los miembros conozcan para ganar confianza en la organización: decisiones
tomadas, fundamentos de las mismas, procesos empleados para tomarlas,
exposición de errores, evaluación de los mismos y medidas para corregirlos… En
una palabra, la tan prometida
y poco cumplida transparencia.
Convendría que los
administradores, los dirigentes en general (miembros de los consejos…), además
las predicaciones y escritos espirituales que ocasionalmente ofrecen, también
hablaran en público, y sobre todo publicaran
artículos explicativos sobre cuestiones organizativas y eclesiales, a fin
de que los miembros podamos conocer los planteamientos y líneas de actuación
que se están siguiendo. Que la
Comisión de Planes y Resoluciones informe a las
iglesias de los asuntos que está tratando, y que les solicite su colaboración
con ideas y propuestas. También se echa en falta más presencia de los docentes del Seminario y de los colegios. Soy
consciente de que a todos nos cuesta mucho tiempo y esfuerzo poner por escrito
las ideas, pero ésta es una gran necesidad de todo movimiento, pues al
redactarlas las elaboramos más, las sometemos a debate (algo imprescindible para la mejora de cualquier
proyecto) e influimos con ellas.
Si los representantes
de la iglesia institucional no ocupan esos espacios informativos, se verán progresivamente
desplazados por las formas de comunicación no institucional: cada vez hay
más gente que se informa sobre cuestiones eclesiales a través de webs como Spectrum-Café Hispano, blogs, redes
sociales… aparte de la tradicional “Radio Macuto” (transmisión oral y secreta,
altamente peligrosa; favorita de no pocos dirigentes, por cierto). Y lo hacen
por la sencilla razón de que hay informaciones necesarias que no salen en los
medios oficiales, o porque los fieles han perdido la confianza en esos medios.
Hay que entender que los nuevos espacios de comunicación han nacido y han
crecido para quedarse, como parte de la iglesia que son. No tienen la
legitimidad institucional, pues son iniciativas personales, pero tenemos que
dar por hecho que han surgido con un espíritu de colaboración constructiva, y
por tanto no es cuestión de que “la administración” compita con ellos, sino de colaborar todos en una causa común, compartiendo
y confrontando ideas.
Conclusión
Como conclusión y ampliación de lo que he expuesto propongo
la lectura de mi artículo El
sacerdocio universal de los creyentes y el ministerio eclesial; en él
recojo las ideas del pastor Burrill, quien establece los fundamentos bíblicos
para promover que nos organicemos de tal forma que cada miembro pueda sentir
que participa plenamente en la iglesia.
Imagen: noticias.adventistas.org
De nuevo, aunque con bastante demora, quiero agradecer a Jonás su esfuerzo clarificador y su valiosa contribución. Lo que pide, está claro, requiere un cambio de mentalidad. Otros “odres”, no los “viejos” que actualmente tenemos.
ResponderEliminarSuscribiendo en su integridad las palabras de Jonás, agregaría un elemento: la necesidad de involucrarnos con el “mundo” (aun sin pertenecer a él: ver Juan 17: 14-16, 18). Solo en dialéctica con nuestro entorno secular podremos dejar de ser burbuja y adquirir, en nuestro propio seno, una dinámica nueva: abierta, dialogante, radicalmente evangélica y menos mojigata.
Saludos fraternales.
Esther, la esposa de Jesús Calvo, es la directora de AMAF, la asociación de esposas de pastores de España. Aquí explican que "Shepherdess International" es la organización equivalente a escala mundial, y recogen sus objetivos:
ResponderEliminarhttp://www.ministerialassociation.com/shepherdess/html/whatis.html
Supongo que en calidad de directora nacional de ese ministerio, asume el cargo internacional. Un cargo que sólo puede recaer sobre una esposa de un pastor, y no parece disparatado, creo yo, que se trate de la esposa de un administrador.
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