viernes, 25 de enero de 2013

Orar por (lo que ya hemos decidido que es) la voluntad de Dios



Por Loren Seibold
Publicado también en CaféHispano (Spectrum)

Traducción de Jonás Berea del original en inglés publicado en Spectrum.

Los acontecimientos que han tenido lugar en la reunión del Concilio Anual como reacción a que varias uniones hayan dado inicio a la ordenación de la mujer, no deberían sorprender a nadie. Las organizaciones jerárquicas siempre se aseguran de que la cúspide de la jerarquía tenga la última palabra. Pero eso es normal, y no entiendo por qué algunos esperaban otra cosa. Tampoco debería sorprendernos la invariable atracción magnética que estos líderes experimentan hacia la opción menos arriesgada de todas, ni su renuencia a confiar plenamente en un sistema democrático. También es algo previsible. En una organización amplia y en rápido crecimiento como la iglesia, parece que el liderazgo consiste menos en la búsqueda de consensos o en soluciones en las que todos ganan, que en evitar perder el control de las cosas.


Sin embargo, hay una cuestión espiritual relacionada con todo ello. Lo que me molestó es el uso de la oración que se hizo en estos encuentros. A menudo he participado en la oración en las reuniones donde se toman decisiones, desde las iglesias locales hasta los consejos directivos de nivel superior. Creo que no siempre se ha hecho de forma apropiada.

Una vez estuve en una reunión en la que el presidente de asociación que la presidía quería llevar a cabo algo que no tenía aceptación en el consejo. Expuso sus argumentos, aunque no con mucha lógica, pensé, porque en gran medida consistían en lo mucho que le preocupaba el asunto, y cómo durante mucho tiempo había orado sinceramente por él. Nos solicitó que oráramos con él en ese momento, y después pidió que se votara. Perdió. Después de regañarnos un poco, nos pidió que nos pusiéramos de rodillas otra vez. Si no recuerdo mal, nos arrodillamos tres veces hasta que consiguió los suficientes votos para su propuesta.

¿Es eso lo que Dios quiere que hagamos con la oración? ¿Que demos nuestro brazo a torcer para que los dirigentes se salgan con la suya? Propongo cuatro aspectos a tener en cuenta al recurrir a la oración en los ámbitos de dirección de la iglesia.

Primero, no debería usarse la oración para establecer prejuicios respecto a una decisión. El que los líderes hayan orado por algo no quiere decir que el asunto esté cerrado. Recuerdo que hace años un responsable de asociación me llamó y me dijo que se me iba a destinar a una nueva iglesia. Le dije que oraría por ello. Resopló y me dijo: “Bien, puedes orar todo lo que quieras, pero el consejo ya ha orado y lo ha decidido así”. De modo que si tú oras y yo oro, y hay puntos de vista diferentes, ¿qué oraciones son las que cuentan? He observado que casi siempre “funcionan” las oraciones de la persona con más autoridad en la organización. Cuando se mezclan oración y autoridad humana, es muy difícil hallar la voluntad de Dios.

A veces, el haber orado por algo es la excusa para el secretismo. Se procede a ignorar argumentos adicionales con el pretexto de que los consejos y sus miembros no necesitan toda la información sobre lo que deciden o sobre por qué lo deciden, pues ya han orado acerca de ello.

En segundo lugar, la oración se puede utilizar para atenuar el debate y el proceso democrático de la toma de decisiones, en lugar de para hacerlo más agudo. Cuando digo que el debate debería ser agudo, no me refiero a que nos enfademos. No se gana nada con vociferar y desvariar en las juntas. Pero la oración y los himnos pueden favorecer que se pase de la lógica al sentimiento, propiciando que uno dude de sí mismo por desconfiar de los dirigentes. Crea un ambiente en el que discutir parecería pecaminoso, y no digamos disentir o votar en contra de las propuestas de la presidencia. Y esto significa renunciar al procedimiento correcto.

El hierro con hierro se afila, y los dirigentes necesitan que otros les ayuden a tomar decisiones, incluso si no quieren.

En tercer lugar, muy raramente he visto que en los procesos de toma de decisiones se use la oración para averiguar cuál es la voluntad de Dios. La oración de Jesús fue “Hágase tu voluntad”, lo que sugiere abrirse por completo a ser guiados por Dios. Lo ideal es que la oración abra las mentes y los corazones a muchas opciones diferentes.

Asumamos por un instante, aun cuando esta declaración de Elena de White suene un poco al estilo del  Vaticano, que la Asociación General representa realmente la mayor autoridad de Dios en la tierra. (Se puede argumentar que Elena de White posteriormente invalidó esta opinión, o al menos la circunscribió a una situación concreta.) El pasaje no dice que esa autoridad la tengan el presidente o los líderes, sino el órgano completo. Esto apoyaría la idea de que los líderes han de asistir al encuentro completamente abiertos a que Dios los guíe en cualquier dirección. No hay lugar para las opiniones contundentes, incluso si se han gestado en oración con unos pocos colegas. El grupo no debería estar prejuiciado hacia ninguna posición si lo que desean es escuchar la voz de Dios.

Cuarto, parecería como si la oración pusiera un sello de bendición sobre cualquier cosa que se decida, tanto si la decisión es buena como si es inadecuada. Por muy insatisfactoria que resulte esa decisión, se podría alegar: “Oramos sobre el asunto, y eso hace que la decisión fuera la correcta”. Pues no. No, si el proceso no fue limpio. No, si no se escuchó a los que disentían. No, si no se procedió con sentido común y con buen juicio. No, si no aprendemos de nuestros errores. Y esto es así incluso si el foro que toma la decisión es la Asociación General. No hay que indagar mucho en la historia de nuestra iglesia para comprobar que también ese órgano ha cometido errores.

Mi propuesta es que simplemente no se use la oración como forma de manipular a la gente. El tercer mandamiento no trata sobre el acto de maldecir, sino sobre la utilización del nombre de Dios como medio para unos fines concretos. En cierta ocasión no quise orar con un hombre que me estaba destripando emocionalmente en la iglesia. Se sintió impactado y ofendido, y tomó mi respuesta como una prueba de mi falta de cristianismo. Pero era lo contrario: precisamente rechacé la proposición por respeto a Dios y a la comunicación con Él. Me pareció que se hacía un uso inadecuado de la oración si se recurría a ella para bendecir su conducta anticristiana.

Orar por personas que están en necesidad, orar en el culto, orar unos por otros, fortalece mi fe. Orar en ámbitos donde se toman decisiones a menudo me ha provocado el efecto contrario. Admito que nada me ha despertado más desconfianza hacia la sugerencia de orar por parte de un líder que el modo en que he visto que esto se usaba en la gestión de los asuntos de la iglesia. Quizá no deberíamos empezar a orar en esas reuniones hasta que veamos que nos encontramos en el marco espiritual correcto para hacerlo como es debido.



1 comentario:

  1. Este blog no está activo; tiene continuidad en el siguiente blog:

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