jueves, 20 de diciembre de 2012

La Asociación General no debería votar sobre la ordenación de las mujeres


Por Sakae Kubo


Publicado también en Café Hispano (Spectrum)



Traducción de Luis González del original en inglés publicado en Spectrum. Se han añadido epígrafes y algunos destacados en negrita.



Cuando escribí mi último artículo sugiriendo cómo debería abordar la Asociación General (AG) la cuestión de la ordenación de las mujeres, tuve la incómoda sensación de que mis recomendaciones no fueron la mejor manera de enfocar el problema. La verdadera cuestión es si tal asunto debe ser decidido por la AG, para todo el mundo. Después de reflexionarlo, he llegado a la conclusión de que asuntos como este no deben ser una prerrogativa de la AG porque pertenecen al ámbito de las Uniones y Asociaciones. A continuación trataré de explicar las razones de tal afirmación:




viernes, 23 de noviembre de 2012

Dialogando con la ética secular



Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
Publicado también en Café Hispano (Spectrum)

¿Te crees mejor que yo? Por un diálogo abierto con la ética secular es el título de un libro escrito por Herminio Díaz con la colaboración de Luis González.

Herminio Díaz falleció de cáncer el 1º de agosto de 2012, a los 67 años de edad; pero antes pudo tener la satisfacción de sostener en sus manos un ejemplar de esta obrita de 145 páginas en la que –a modo de testamento espiritual– quiso ofrecer a los lectores algunas de sus ideas, fruto de sus estudios, vivencias y reflexiones.

viernes, 20 de julio de 2012

¿Qué está ocurriendo entre bambalinas? Un ejercicio eclesial de transparencia y honestidad


Por Ignacio Simal
Tomado del blog Pastor Dadaísta
Publicado también en Café Hispano (Spectrum)

Nos hacemos eco de este magnífico artículo del pastor evangélico Ignacio Simal sobre el tema de la transparencia en la iglesia. Se añaden destacados en negrita. Acerca del mismo asunto se pueden consultar los siguientes textos de A la Puerta: Entre vosotros no será así, Carta abierta a un dirigente adventista, Ante la próxima Asamblea de la Unión Adventista Española y Es necesaria una mayor transparencia en la administración de la iglesia.

*****

Es una preocupación que se pierde en la noche de los tiempos de mi biografía personal. Una preocupación que en los últimos meses ha vuelto a hacerse palpable de una forma inusitada en el ejercicio de mi labor pastoral. Conversaciones con amigos y la lectura de algunos textos han logrado que mi preocupación se torne en ocupación a “full time”.

domingo, 25 de marzo de 2012

Abierto por “reformas”

Por Daniel Bosqued
http://yoestoyalapuerta.blogspot.com/
Publicado previamente en la Revista Adventista española, marzo de 2012

Uno de los principios de la Reforma protestante quedó fraguado en la expresión “Ecclesia semper reformanda est”, que significaba que la iglesia siempre debía estar reformándose. Esta máxima, que apareció por primera vez en el siglo XVII, recogía el germen del movimiento y trataba de impedir que –con el tiempo– el protestantismo también quedara estancado en los mismos errores de la iglesia tradicional. Idealmente, este principio de reforma constante debía transmitir un espíritu de mejora permanente y de aplicación contextualizada de los principios bíblicos a las diferentes realidades con las que la iglesia tuviera que convivir.


sábado, 24 de marzo de 2012

Cómo mantenerse frío en reuniones calientes

Hay maneras correctas e incorrectas de afrontar las fricciones en los consejos de iglesia
Por Robin Erwin
http://yoestoyalapuerta.blogspot.com/

Ésta es la traducción de
un artículo publicado en la Adventist Review el 8 de marzo de 2012. Destaco sobre él tres aspectos:

1. Contribuye a aclarar el concepto de “política”, a veces tan mal entendido en nuestro medio: la política, “en un sentido amplio, son todos los mecanismos de funcionamiento y normas de que se dota una institución” (ver
Política eclesiástica), y por tanto es inevitable en la iglesia, y no es pecaminosa. En cambio hay ocasiones en las que, con la excusa de evitar esa necesaria política, se incurre en el politiqueo.

miércoles, 14 de marzo de 2012

Son jefes, no líderes

Tomado de En las Catacumbas (http://catacumbas10.wordpress.com/)http://yoestoyalapuerta.blogspot.com/

Tomo del blog
En las Catacumbas este interesante post, que entiendo nos invita a meditar a todos pues, como señalaba Michael Pearson en un texto que recogimos en su día, cada uno de nosotros normalmente ejerce algún tipo de poder sobre los demás, aunque sea mínimo. En tales circunstancias, ¿nuestra actuación se aproxima más a la del jefe o a la del líder?

Hace unos años que en nuestro medio se trata con frecuencia el asunto del liderazgo en relación con los distintos ministerios ejercidos en la iglesia (incluso se imparten cursos sobre el tema); pero, hasta donde conozco la cuestión, normalmente se hace sin llegar analizar en profundidad lo que ser líder implica (y, sobre todo, lo que
no implica) desde el punto de vista bíblico. He aquí una breve reflexión que puede ser útil para tal fin. Jonás Berea



*****


El líder nace. El jefe es nombrado o llega a serlo trepando.

El jefe pretende imponer su autoridad, ignorando que ésta no se impone sino que emana de quien la tiene. Reclama confianza, siendo que ésta es algo que hay que ganarse mediante una praxis coherente con el discurso.

viernes, 20 de enero de 2012

¿Debemos permanecer en silencio?

Por Keith Burton
http://yoestoyalapuerta.blogspot.com/
Publicado también en Café Hispano (Spectrum)
Traducción de Jonás Berea del original inglés en Spectrum

«Entonces también ellos le responderán diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te servimos?” Entonces les responderá diciendo: “De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis”» (Mateo 25: 44-45).

En su libro Adventism and the American Republican (El adventismo y el republicano estadounidense), Douglas Morgan examina el desarrollo de un movimiento profético que entendió todas las implicaciones del término “profético”. Se veían a sí mismos insertados en el gran esquema cronológico profético tras recibir humildemente el testigo de las corrientes históricas que buscaban recuperar el cristianismo bíblico. Con rasgos de valor, este movimiento incipiente condenaba los abusos de un sistema religioso que pretendía ser representante de Dios (vicarius Dei), pero que había tragado las bebidas servidas por el camarero del infierno. Audaces representantes de esta minoría marginada incluso se atrevieron a volverse contra sus hermanas protestantes apóstatas, a las que acusaban de tirar la toalla con el fin de aferrarse a los hábitos arraigados que habían adquirido durante su cautividad espiritual.

Además de su conciencia cronológica, este movimiento asimismo entendió que un pueblo profético no sólo está llamado a meditar en su condición de remanente, sino también a agitar el statu quo. No era suficiente con imprimir folletos con elaborados gráficos y con imágenes creativamente trabajadas de bestias grotescas diseñadas para empujar a la gente hacia el reino. No era suficiente con fomentar en las masas la necesidad de reformar el vestido y la dieta para que cambiaran sus ropas constrictoras y sus dietas destructivas por vestimentas amplias y calorías saludables. No bastaba con despertar la conciencia sobre vicios sexuales privados que debilitan la sensibilidad moral de la persona y agotan sus fuerzas vitales. Este movimiento entendió que un pueblo profético estaba llamado a ser la voz de Dios en un reino cautivado por Satán. Este movimiento entendió que el remanente está llamado a pensar como Jesús pensaba, a andar como Jesús andaba, a hacer lo que Jesús hacía.

Con su conciencia reforzada, los portavoces de la Iglesia Adventista osaron afrontar asuntos impopulares con pleno conocimiento de que algunos de los suyos y muchos de fuera del “pequeño rebaño” verían sus actos públicos como activismo político. Aun así, comprometidos con el llamado a la justicia social, dominante en la Biblia, y conducidos por las demandas prácticas de una teología liberadora, la aparentemente insignificante congregación no se avergonzó de decir la verdad al poder. Mucho antes de que el doctor Martin Luther King predicara el sermón “Por qué Estados Unidos puede ir al infierno”, mucho antes de que el doctor Jeremiah Wright abriera los ojos de la nación a un aspecto central del evangelio tal y como se registra en Lucas 6; mucho antes de que el obispo Tutu instara al gobierno de Sudáfrica a que dejara marchar a su pueblo, los adventistas del séptimo día entendieron que el cristianismo genuino exigía que los que han sido llamados en el nombre de Dios no tienen otra opción que ser la voz de los sin voz y el hogar de los sin hogar.

En consonancia con el espíritu de los profetas sociales de la antigüedad, nuestros pioneros desafiaron la retorcida, opresiva y demoníaca interpretación bíblica de los ciegos teólogos estadounidenses que justificaban la esclavitud difundiendo la doctrina ponzoñosa del “mandato paulino”. Aunque les superaban en número los seudocristianos que cantaban en el coro los domingos por la mañana y linchaban negros por la noche, algunos de nuestros antepasados no sólo hablaron claramente contra los males de la esclavitud y la segregación, sino que desarrollaron sistemas para la emancipación total de aquellos para quienes el “sueño americano” era una pesadilla real. Es verdad que algunos líderes estaban paralizados por el miedo y absorbidos por una mentalidad quimérica, pero el hecho de que la voz humana con más autoridad en la iglesia se atreviera a hablar de “nuestro deber con la gente de color” es prueba positiva de que el Espíritu de profecía estaba bien vivo.

Los líderes de la iglesia no sólo cuestionaron el capitalismo salvaje que deshumanizaba a un sector enorme de la población estadounidense, sino que intentaron intervenir en la miseria rampante que aniquilaba vidas en los suburbios marginales. Tal y como informa Doug Morgan, los adventistas estaban a la vanguardia de programas urbanos que ofrecían refugio y formación a las víctimas de un sistema feudal en el que los de arriba no se preocupaban por los más humildes. Además, la iglesia asumía su rechazo de una guerra que se cobraba vidas inocentes. Entendían que ningún ciudadano del reino podía celebrar la carnicería causada por la guerra; nadie con la mente de Cristo estaría satisfecho con la explicación de que las víctimas inocentes de una agresión estadounidense deberían apuntarse al margen como “daños colaterales”.

Cuando reflexiono en las posiciones audaces adoptadas por un pueblo que entendió las implicaciones de ser un movimiento profético, me pregunto por qué mi iglesia opta por permanecer en silencio ante las muchas injusticias que confronta nuestra sociedad hoy. Me pregunto por qué elegimos desentendernos del debate nacional, sin darnos cuenta de que nunca es posible permanecer neutrales. De hecho, como dijo Desmond Tutu, “si un elefante pisa el pie de un ratón, el ratón no agradecerá tu neutralidad” (paráfrasis mía). Nuestro silencio en los momentos kairos puede resultar realmente ensordecedor.

Pero, ¿debemos permanecer en silencio? ¿Debemos permanecer en silencio cuando un pueblo xenófobo olvida que sus antepasados no tuvieron que solicitar un permiso de residencia al desplazar a los sioux y los apaches después de desembarcar en estas costas en barcos construidos en Europa? ¿Debemos permanecer en silencio cuando un pueblo irreflexivo se da cuenta de que el auténtico problema con “nuestros puestos de trabajo” no es que los extranjeros vienen a quitárnoslos, sino que los ricos ciudadanos estadounidenses que dirigen las corporaciones y recogen los dividendos los están exportando? ¿Debemos permanecer en silencio cuando un gobierno firma tratados regionales que benefician a los países del norte y dañan a los países del sur? ¿Debemos permanecer en silencio?

¿Debemos permanecer en silencio cuando el abismo entre ricos y pobres continúa ensanchándose? ¿Debemos permanecer en silencio cuando los candidatos a la presidencia que se hacen llamar cristianos se oponen a establecer impuestos justos a los estadounidenses más ricos, que son quienes más se benefician del sistema? ¿Debemos permanecer en silencio cuando un gobierno usa los fondos públicos para rescatar a las instituciones que hundieron la economía, y no hace nada para aliviar la carga de los pobres y de la clase media, aplastados bajo la carga de las deudas contraídas para consumir y estudiar? ¿Debemos permanecer en silencio?

¿Debemos permanecer en silencio cuando el precio de la atención sanitaria sigue subiendo y en consecuencia disminuye el acceso a una sanidad asequible? ¿Debemos permanecer en silencio cuando cargos electos con salarios de seis cifras pueden elegir entre una amplia variedad de proveedores de servicios sanitarios pagados con dinero público, pero no se lo piensan dos veces al votar contra una sanidad pública? ¿Debemos permanecer en silencio cuando gobernadores de estados (como el de Texas) se niegan a financiar clínicas de planificación familiar, con la excusa de que –aunque no realizan abortos– algunos consejeros podrían plantearlos como una opción? ¿Debemos permanecer en silencio?

¿Debemos permanecer en silencio cuando el espíritu de la guerra impregna el alma de la nación y las iglesias descaradamente promueven la política del gobierno, en flagrante rebeldía hacia el Príncipe de la Paz? ¿Debemos permanecer en silencio cuando la administración actual continúa las políticas destructivas de la anterior y mantiene el campo de detención de la Bahía de Guantánamo, donde hay seres humanos presos sin el debido proceso judicial? ¿Debemos permanecer en silencio sobre las más de mil instalaciones militares que Estados Unidos mantiene en suelo extranjero? ¿Debemos permanecer en silencio cuando cada vez hay más adventistas que no tienen inconveniente en ofrecerse voluntarios para un ejército que les enseña a matar sin conciencia? ¿Debemos permanecer en silencio?

Mientras consideras tu respuesta a estas preguntas, recuerda siempre que a un árbol se lo conoce por sus frutos.

Keith Augustus Burton es el Coordinador del Centro para las Relaciones entre Adventistas y Musulmanes en la Universidad de Oakwood. También colabora en la obra The Peace Making Remnant (El remanente pacificador), publicado por Adventist Peace Fellowship.