domingo, 10 de mayo de 2009

¿Aumento o crecimiento?



La agencia Adventist News Network (ANN) ofrece la noticia titulada El bautismo no es el fin del camino, afirma líder adventista. Informa de las declaraciones y actuaciones de G. T. Ng, uno de los secretarios asociados de la Iglesia Adventista. Según él, “antes del bautismo, llenamos a los candidatos de cariños y atenciones. Después del bautismo, la mayoría de los nuevos bebés en Cristo son dejados para que naden o se hundan”.

El hermano Ng colabora con las auditorías de los registros de miembros de los diferentes campos de la obra adventista, esforzándose por que reflejen números reales. Forma a los líderes locales respecto de la importancia de revisar los registros de miembros, además de enseñarles los mejores métodos para hacerlo.


Según Ng, “muchos sienten muy profundamente la pérdida de miembros”, pero es más importante enfrentar la realidad. Ya sea por apatía o descuido deliberado, los miembros de iglesia han contribuido con la muerte de muchos nuevos creyentes, y la auditoría de miembros muestra con claridad cuántos miembros han dejado la iglesia.

La noticia resume unas interesantes declaraciones de Larry Evans, subsecretario de la iglesia mundial: “El enfoque exagerado en un solo aspecto del crecimiento, a saber, en el aumento de la feligresía, ha jugado una parte importante en la pérdida de los miembros nuevos. En el actual modelo administrativo, los pastores y administradores solo reciben crédito por los nuevos miembros”. Dice Evans: “Creo que necesitamos preguntarnos no sólo cuántos estamos bautizando, sino cuántos estamos recuperando”.

Al final de sus presentaciones, Ng concluye con este pensamiento: No fue el propósito de Jesús que el bautismo fuera el fin de los esfuerzos misioneros.

Muchos feligreses confunden la adición de nuevos miembros con el hacer discípulos, que es el proceso de alimentar y contribuir con el desarrollo que debería continuar después de que una persona se una a la iglesia, dice Ng, quien añade: “Ir, bautizar y enseñar contribuyen con el cumplimiento de la misión, pero no son fines en sí mismos”.


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Celebro que haya dirigentes que no sólo detecten los problemas de enfoque en asuntos tan importantes como éste, sino que además se esfuercen por modificar los esquemas mentales que subyacen a ellos, particularmente el de una visión cuantitativa y “empresarial” de la iglesia, centrada en el aumento estadístico de los miembros.

Esta mentalidad afecta, como bien señalan Ng y Evans, al modelo de evaluación de la acción pastoral, en el que prima la “rentabilidad” (contabilizada en bautismos). También está presente en los feligreses, que tienden a reducir el concepto de evangelismo a la adición de nuevos miembros, desviando a veces la atención del concepto bíblico de crecimiento (Lucas 2: 40; 1 Corintios 3: 6-7; Efesios 4: 15, 16; Colosenses 2: 19) y centrándose en el de aumento (que, atención, también tiene su importancia en la iglesia: Hechos 2: 41; etc.).

No deberíamos olvidar que el objeto fundamental de nuestra predicación no es una iglesia, sino una Persona: Jesucristo.

Los apestados


Visitando una librería de saldo hace unas semanas, llamó mi atención un librito titulado Vivencias de un buscador, de Juan Berniz. Había varios ejemplares en la estantería, todos ellos nuevos, pobremente editados por el mismo autor. Sin ISBN ni fecha de edición, supuse que se trata de uno de esos libros que alguien publica para difundir entre sus contactos cercanos, y que finalmente acaban dormitando en el estante de una tienda como aquella. Tras ojear sus páginas, decidí comprarlo (el precio era mínimo, como suele ser común en estos casos).

Por lo que cuenta en su libro, uno puede hacerse a la idea de que Juan Berniz es (o fue, pues ignoro si vive todavía), un auténtico buscador: buscó trabajo, y lo encontró, pero no duró más de cinco o seis meses en un empleo, pese a lo cual parece ser que nunca estuvo en la indigencia, y que incluso llegó a disfrutar de periodos de cierta prosperidad. Buscó un lugar donde vivir, y tuvo muchos: desde su ciudad natal (que, si no me equivoco, fue Albacete), hasta Barcelona, la última de la que da cuenta en su relato, pasando por muchas otras, incluida una breve estancia en Portugal y otra en Italia (aunque como su libro no sigue un orden cronológico, es difícil saber dónde estuvo antes y dónde después). Buscó pareja, y la encontró; mejor dicho, las encontró, pero por lo visto las fue perdiendo a un ritmo similar al de los empleos.

También buscó al prójimo y a Dios, y yo creo que los encontró. En su búsqueda frecuentó diversas organizaciones solidarias, además de algunos grupos religiosos. En su un tanto anárquico relato (son 87 páginas seguidas, sin división en capítulos ni en epígrafes), Berniz apenas da nombres o datos sobre estos colectivos; sólo vagas alusiones que permiten situarnos en un contexto determinado. Cuenta sus vivencias en un estilo sencillo y directo, y entre episodio y episodio va intercalando reflexiones de lo más variado, algunas de ellas muy breves, a modo de aforismos, otras más extensas, como ésta que he transcrito íntegra, pues la considero de gran interés. Creo que Berniz no se considera a sí mismo apestado, sino que ha tenido ocasión de conocer a unas cuantas personas que se podrían agrupar en tal categoría, y a partir de esas vivencias expone algunas generalizaciones que pueden servir para reflexionar.



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Existe en los colectivos cerrados una categoría de personas muy singular: son los apestados.

Hay apestados que adquieren esa condición por haber defendido la verdad. Otros lo son por haber defendido el error. Otros por no haber reconocido un pecado, o simplemente no haberlo reconocido a tiempo (para cuando quieren enmendarlo, ya es demasiado tarde: se han ganado el estigma, que es muy difícil de borrar). La clave es que su acción sea percibida por muchos como algo que ellos no habrían hecho. La gravedad, por tanto, no está necesariamente en los hechos, sino en cómo muchas personas, o sólo algunas pero importantes, los perciben.

Los más cercanos al apestado conocerán los motivos y las circunstancias de su actuación, por lo que en ocasiones encontrarán que ésta ha sido justificable, comprensible o necesaria. Pero la mayoría sólo tendrá referencias limitadas, indirectas, sesgadas o incluso falsas sobre la acción del apestado; eso sí, les parecerán suficientes como para mantener una opinión sobre él. Seguramente no decidirán que son suficientes, sino que inconscientemente lo asumirán. Como la mayoría hará lo mismo que ellos (no contrastar la información acudiendo a la fuente principal), los rumores que les lleguen sobre el apestado confirmarán su impresión inicial.

El principal pecado del apestado suele ser no comunicar bien un mensaje. Uno puede haber sido un buen predicador y comunicador, pero en el momento de ejecutar la acción apestante (error, pecado, acto de valentía…) comete el gran fallo de utilizar formas inapropiadas o palabras fuertes, o de calcular mal el efecto de su acción (por ejemplo, denuncia algo injusto convencido de que hace un bien al colectivo, pero encuentra que quienes deberían escandalizarse de lo que denuncia… se escandalizan de que lo denuncie).

Cuando uno adquiere la condición de apestado, automáticamente pueden sumarse a su cargo todos los errores que ha cometido en el pasado, incluso aquellos ya le han sido perdonados (hasta los más persistentes en la memoria: los que él se había perdonado a sí mismo). Afloran uno por aquí, otro por allá…

–Es normal: este apestado fue quien hace veinte años hizo esto y aquello.

–¿No me digas? ¿Eso hizo? No entiendo cómo ha seguido entre nosotros.

De otros apestados, en cambio, no se recuerdan pecados destacados. Lo cual en absoluto les sirve para que se presuma su inocencia actual:

–Quién lo iba a decir, este hombre tan íntegro siempre, hizo tanto por nuestro colectivo… Y ahora fíjate con lo que nos ha salido.

Cuando uno se convierte en apestado por un daño infligido a otro u otros, aunque pida perdón, incluso aunque haga enmienda de sus agravios, normalmente suele seguir siendo apestado.

Otro pecado de los apestados es no tener buenos contactos, o al menos los oportunos en el momento de su acción apestante. Porque la presencia de alguien influyente es de mucha ayuda: “Amigos, esta persona seguramente tiene algún motivo para haber actuado así; escuchémosle, indaguemos si lo que dice es cierto, contrastemos los datos”.

Pues hay candidatos a apestado que salen completa o parcialmente indemnes tras una acción apestante de cierto calibre. Cuentan con una red de amistades que los defienden, o han reaccionado a tiempo moviendo los resortes oportunos, de modo que su pecado queda oculto a la gran mayoría. Así, se escabullen de la categoría de apestado, y pueden seguir en sus responsabilidades sin tener que rendir cuentas a nadie; mientras tanto, sobre otros, que han cometido acciones mucho más leves, cae con todo su peso el estigma de apestado.

De este modo, se va construyendo una imagen del apestado, simplificada en una etiqueta, una frase definitoria. “Ah, sí, éste fue el que hizo/dijo aquello de… Ya he oído hablar de él, fue muy sonado”.

Algunos abandonan el grupo. Otros no se dan de baja, pero apenas acuden a las reuniones. Otros permanecen en él, incluso integrados y activos. Entre éstos, unos luchan por quitarse el estigma, lo cual les lleva a conformarse, y así pasan a la categoría de semiapestados y quizá con el tiempo pierdan la etiqueta. Otros siguen luchando por defender su causa primigenia u otras que consideran justas, lo cual hace que su etiqueta se torne indeleble.

También hay semiapestados que lo son porque su acción, aun siendo “grave”, no ha llegado a trascender, o las personas decisivas no le han llegado a dar importancia, por lo que permanecen en una situación ambigua. Incluso pueden estar muy bien considerados en ciertos ambientes dentro del colectivo.

Algunos apestados caen en un círculo vicioso de ostracismo. Tras su gran sonada, son conscientes de que hagan lo que hagan ya han perdido el prestigio y la credibilidad para muchos de sus antiguos compañeros, por lo que se recluyen. Nadie, o casi nadie, los visita ni los llama. Algunos de los que todavía los quieren, piensan que su llamada les puede molestar, como si se les quisiera recordar “el tema”, comprometer o culpabilizar, así que se retiran caritativamente.

El apestado se queda solo, y cuanto más tiempo pasa, más difícil es volver al grupo, pues perciben miradas que encuentran antinaturales, distintas a lo habitual: miradas de compasión (con lo que implica de condescendencia, y por tanto de superioridad del otro), miradas de rechazo, miradas de indiferencia…

Pero siempre hay alguien que le dirige con naturalidad una mirada de ilusión, un leve apretón de manos, y le escucha, y le habla.

(Juan Berniz, Vivencias de un buscador, páginas 57-60).

sábado, 2 de mayo de 2009

Obama y la ley dominical



La esperanza que los adventistas tenemos en la Segunda Venida de Jesús, unida a la convicción de que queda poco tiempo para la misma, nos lleva a veces a caer en falsas alarmas relacionadas con el cumplimiento de algunos eventos finales. He aquí una de ellas.


La falsa alarma

El 22 de enero de 2009 me llegó un mensaje de correo electrónico con el asunto: “Barack Obama a favor de las ‘Leyes Dominicales’”, que decía lo siguiente:

A continuación extraemos unas declaraciones, traducidas al español, de Barack Obama publicadas en su página web del día 18 de junio de 2008. En ellas el actual presidente de los Estados Unidos habla de las "Leyes Dominicales". Esto debe llamarnos a despertar y a prepararnos, porque realmente el fin está muy cerca. "Cuando nuestra nación (EEUU) abjure de tal manera de los principios de su gobierno que promulgue una ley dominical, en ese caso el protestantismo dará la mano al papismo"... "Tarde o temprano las leyes dominicales serán promulgadas"... "Cuando los Estados Unidos, el país de la libertad religiosa, se una con el papado para forzar la conciencia y obligar a los hombres a honrar el falso día de reposo (domingo), los habitantes de todo país del globo serán inducidos a seguir su ejemplo"... "El reemplazo de lo verdadero por lo falso es el último acto del drama. Dios se manifestará cuando esta sustitución llegue a ser universal." (Eventos de los últimos días, capítulo "Las leyes dominicales").

A continuación las declaraciones de Barack Obama:

"Ha habido demasiados cambios en los últimos cien años. No solamente se ha visto un incremento de la actividad pandillera junto con un incremento de crímenes, pero también en el consumo de energía. El otro cambio del que me he dado cuenta es notar que las "Leyes Dominicales" a través de los Estados Unidos se han abandonado.

Originalmente la Ley Dominical fue instituida para asegurarse que la gente no debía escoger entre tener que trabajar o ir a la iglesia. Frecuentemente la nobleza utilizó incentivos financieros hacia las cabezas religiosas de las familias para estimularlos a trabajar en orden al incrementar su ganancia personal. Esto no era justo para aquellos que necesitaban el dinero, temer a perder la manera en que podrían sostenerse a sí mismos y sin esa ley que prohibiera a esa gente trabajar. (No creo que esto deba aplicarse a negocios personales).

Me tengo que preguntar si hubo más beneficios que éstos. Primeramente, sin los negocios abiertos, tus hijos no tendrían ningún lugar a donde ir a entretenerse. Los padres tendrían por lo menos un día para estar con familiares y amigos sin tener que sincronizar sus horarios de trabajo. Un completo incremento en el uso del gas. Menos crimen (ya que los padres estarían en casa los domingos, no hay razón para que no pudieras mantener los ojos en tus hijos). Menos gente sin hogar rogando por dinero en las calles (porque no habría a quién pedirle). Menos policías serían necesarios (quizá ni uno... podría estar "bajo llamada por si se necesita" para que pudieran pasar tiempo con sus familias). Los vecinos tendrían tiempo de conocerse unos a otros ¿Cómo de bien conoces a tus vecinos? ¿Habéis hecho alguna barbacoa juntos? En esto momentos, creo que la gente que la gente tiene la oportunidad de hacer barbacoas son gente con un poco más de libertad financiera en la zona en la que viven. Nuestro horario de trabajo puede determinar qué clase social perteneces incluso hace aquellos límites más gruesos.

Así que quizá deberíamos pensar en establecer una Ley Dominical. No para prohibir que la gente trabaje, sino para darles la libertad a aquéllos que no pueden elegir. ¿Te puedes imaginar cuántos impuestos ahorraríamos con eso? El problema es que no creo que esto sea aceptado en Washington D.C. y los estados que reúnen impuestos. Esa es la razón original de por qué fueron abolidas las Leyes Dominicales. La gente era forzada a trabajar más días, algunos trabajadores a media jornada sin seguro médico."

Fuente:

http://my.barackobama.com/page/community/post/Tritium/gG5ngR/comentary


Respuesta

Visitada esta página, se puede comprobar que efectivamente en ella pone lo que aquí se ha traducido (torpemente, por otro lado). El problema es que, a pesar de que la página donde se ha publicado se llama http://my.barackobama.com, no es en absoluto la web del presidente de los Estados Unidos, como dice el mensaje de alarma; no hay más que entrar en su página de inicio para comprobar que se trata de una “comunidad online con más de un millón de miembros”. Aunque invita a quienes se unen a ella a “organizarse a favor de Barack Obama y a construir este movimiento por el cambio”, es fácil ver que cualquiera puede crear una cuenta o un blog gratuitos en ese dominio, sin tener relación alguna con Obama (lo mismo que ocurre con tantos otros servidores de medios de comunicación, grupos, etc., que son elegidos por los blogueros más por las prestaciones que ofrecen que por afinidad ideológica).

En este caso, las declaraciones están tomadas de uno de los miles de blogs alojados en ese dominio, el de Michael Pearce, un joven de Seattle que, ciertamente, no se parece mucho a Obama, como podemos ver aquí:

http://my.barackobama.com/page/community/blog/Tritium

El texto sobre la ley dominical es por tanto la opinión particular de una persona intrascendente, sin ninguna relación con Obama. Quizá este presidente llegue algún día a aprobar una ley dominical. También se le pueden criticar muchas otras iniciativas, incluso relacionadas con el cumplimiento de la profecía. Por ejemplo, en la web Keep The Faith, de un pastor adventista, se pueden encontrar muchas referencias a las amplias conexiones católicas de alto nivel con Obama. Pero el texto sobre la ley dominical es una falsa alarma más (véase "Relihoaxes")

Desde este blog me gustaría hacer un llamado: no aceptemos como cierta cualquier “información” que nos llegue, por mucho que parezca coincidir con nuestro esquema sobre los tiempos del fin. Cualquier denuncia o alarma ha de ser contrastada (a veces es tan sencillo de hacer como en el caso que nos ocupa). Y sobre todo no reenviemos una alarma de este tipo sin habernos asegurado de que sea completamente cierta. Es frecuente que estos mensajes se difundan masivamente y aparezcan después reproducidos en sitios de Internet. El alarmismo innecesario, en lugar de estimular la esperanza en el fin, resulta contraproducente, pues al comprobarse la falsedad de lo anunciado, algunos se desaniman en la fe, dejan de creer en las profecías, o desatienden las señales verdaderas.