martes, 15 de junio de 2010

Dijimos que estaba bien… y es que (en parte) estaba bien

Por Jonás Berea (jonasberea@gmail.com)
http://yoestoyalapuerta.blogspot.com/


Desde hace años circula por Internet un texto titulado “Y dijimos que estaba bien”. Me ha llegado en diversas ocasiones y en formatos variados, reenviado por hermanos que por lo visto encontraron que contenía un mensaje sabio y apropiado. Analicemos lo que dice ese texto. Se presenta así (corrijo los abundantes errores de ortografía y de puntuación, y añado algunos destacados):



«En la entrevista que le hicieron a la hija del respetado conferencista internacional Dr. Billy Graham en el Early Show, Jane Clayson le pregunto: “¿Cómo pudo Dios permitir que sucediera esto?” (se refería al ataque del 11 de septiembre).

»Anne Graham, dio una respuesta llena de sabiduría. Dijo: “Al igual que nosotros, creo que Dios está profundamente triste por este suceso, pero durante años, hemos estado diciéndole a Dios que se salga de nuestras vidas…. Siendo el caballero que es, Dios se ha retirado; entonces, ¿cómo podemos esperar que Dios nos dé su bendición y su protección cuando le hemos exigido que nos deje solos?”»


Ya esta introducción debería hacer saltar algunas alarmas a los cristianos bíblicos. Es comprensible que, ante la manifestación brutal, masiva e indiscriminada del mal, los cristianos nos cuestionemos dónde está Dios. También lo es que nos hagamos esa pregunta de forma especial cuando los zarpazos diabólicos nos afectan más de cerca. Para cada uno su dolor es único. Pero ante las grandes desgracias el cristiano no debería olvidar que la tragedia que ha recaído sobre él o su entorno es una más de las que constantemente se están produciendo en el mundo. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 (sobre cuya verdadera autoría habría mucho que decir) fueron singulares por muchos motivos, pero son una más de las infamias que Dios permite que ocurran en un mundo en el que dejamos que miles de niños mueran diariamente de hambre evitable, cuando no planificada, en el que se prodigan las guerras (muchas de ellas promovidas por la potencia donde tuvo lugar el 11-S) con riadas de muertos, en el que se intoxica a comunidades enteras, en el que se tortura en cárceles secretas… (Respecto a las catástrofes naturales que Dios también permite, véase el excelente comunicado de un grupo de teólogos ¿Dios en Haití?).

Atendamos a la respuesta de Anne Graham. Según ella, el 11-S ocurrió porque durante años se le ha estado diciendo a Dios que salga de sus vidas. Pero, ¿quién se supone ha dicho eso a Dios? Por lo que sigue, entendemos que se refiere al pueblo estadounidense. Sin llegar a expresarlo tan brutalmente, la concepción de fondo es la misma que la del teleevangelista Jerry Falwell ante el mismo acontecimiento; dijo entonces: «Dios sigue levantando el telón y permite a los enemigos de Norteamérica que nos inflijan lo que probablemente nos merecemos. […] Creo que sólo acabamos de descubrir la antecámara del terror. Ni siquiera hemos empezado a ver lo que pueden infligir a la mayoría de la población». A continuación atacó a los tribunales federales y todos los que «expulsan al Señor de la esfera pública». Según él, en relación con los atentados «los abortistas deben cargar con un parte de culpa, ya que uno no puede burlarse de Dios. Y cuando destruimos 40 millones de bebés inocentes, a Dios le da rabia. Estoy convencido de que los ateos, los abortistas, las feministas, los gays y las lesbianas que se esfuerzan activamente para que esto sea un modo de vida alternativo, la ACLU [la Unión Americana por los Derechos Civiles], los People for the American Way, todos esos que han intentado secularizar Norteamérica... los señalo con el dedo y les digo: habéis permitido que esto suceda

En una trasposición simplista de ciertas afirmaciones del Antiguo Testamento, estos representantes de la conocida como “Derecha Cristiana” consideran que Dios bendice a la nación estadounidense (elegida como un nuevo Israel por sus orígenes supuestamente cristianos) cuando los valores éticos de su sociedad se ajustan a la Biblia. Para ellos, Dios no puede perdonar las conductas sexuales inapropiadas y la retirada de símbolos religiosos del ámbito público.

¿Cuáles fueron los graves pecados de Estados Unidos por los que, según Anne Graham, Dios permitió el 11-S? Escuchémosla:

«A la luz de los sucesos recientes creemos que todo comenzó cuando Madalyn Murray O'Hair se quejó de que no quería que se orara en las escuelas y dijimos que estaba bien; ella fue asesinada y hasta hace poco no se descubrió su cuerpo.»

Por lo visto, la nación estadounidense no cometió un pecado colectivo grave hasta los años sesenta del siglo XX (Dios no les retiró su bendición por la esclavitud legal de los negros hasta la Emancipación de 1865, ni por las guerras imperialistas como la de Cuba, ni por las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, ni por la discriminación racial institucionalizada hasta la década de 1960…). Sólo empezó a retirar su protección cuando O’Hair, una polémica activista atea, consiguió una sentencia del Tribunal Supremo según la cual que no se puede obligar a los alumnos de los colegios públicos a orar y a recitar versículos de la Biblia. Para Graham, como para tantos otros representantes del fundamentalismo evangélico, esta sentencia significa una agresión a la libertad religiosa, cuando lo cierto es que simplemente protege la libertad de conciencia de los estudiantes, y establece la separación de la iglesia y el estado, tal como proponen la Biblia y los propios principios fundacionales de la nación estadounidense. Para colmo de desviaciones anticristianas, Graham sugiere que el asesinato de O’Hair y la desaparición de su cadáver constituyen una consecuencia lógica o un justo castigo a su militancia atea.

Graham continúa su discurso: «Luego alguien dijo que mejor que no se leyera la Biblia en las escuelas. La Biblia dice: “No matarás, no robarás, amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y dijimos que estaba bien». Y es que estaba bien, añado yo, pues esas disposiciones prohíben un adoctrinamiento confesional en las escuelas. En sus esquemas simplistas y maniqueos, Graham sugiere que si no se impone este adoctrinamiento, es lógico que la gente mate, robe y no ame a su prójimo, y defiende que todos los niños, independientemente de su religión, deban recibir enseñanza religiosa de una confesión concreta.

Sigamos:

«Luego el Dr. Benjamin Spock dijo que no debíamos pegarles a nuestros hijos cuando se portan mal porque sus pequeñas personalidades se truncarían y podríamos lastimar su autoestima. Concluimos que los expertos saben lo que están diciendo…. Y DIJIMOS QUE ESTABA BIEN».

Por lo visto, este hombre también cosechó las consecuencias de sus actos, pues, continúa el mensaje, «el hijo del Dr. Spock se suicidó» (se entiende que fue porque su padre no le había pegado nunca).

«Luego alguien dijo que los maestros y directores de escuelas no deberían disciplinar a nuestros hijos cuando se portaban mal. Los administradores de las escuelas dijeron que más valía que ningún miembro de las escuelas tocara a ningún estudiante que se portara mal, porque no queremos publicidad negativa y porque no queremos que nos demanden (hay una diferencia entre disciplinar y golpear, cachetear, humillar, patear, etc.). Y dijimos que estaba bien».

Sin duda, el deterioro de la autoridad del cuerpo docente es un mal del que se derivan agresiones a profesores y la generalización de la indisciplina. Pero de ningún modo se puede pensar que la solución es el regreso a un modelo educativo en el que el los niños pueden recibir golpes de los maestros. Lo cierto es que un amplio porcentaje de padres y profesores de aquel país aprueban estos métodos (ver El castigo corporal persiste en las escuelas de EEUU amparado por la ley).

A continuación, Anne Graham cita una serie de tendencias que, efectivamente, no están bien y son dignas de crítica, no sólo desde un punto de vista cristiano, sino también desde la ética laica y el sentido común:


«Luego alguien dijo: “Dejemos que nuestras hijas aborten si quieren y ni siquiera tienen que decírselo a sus padres. Y DIJIMOS QUE ESTABA BIEN.

»Luego, uno de los miembros del Consejo Administrativo de las escuelas dijo: “Ya que los muchachos y las chicas ‘lo van hacer’, démosles condones a todos los muchachos para que puedan divertirse al máximo y no tenemos que decirles a sus padres que se los dimos en las escuelas.” Y DIJIMOS QUE ESTABA BIEN».

»Después alguien dijo: “Vamos a imprimir revistas con fotografías de mujeres desnudas y decir que es arte, ‘una apreciación sana y realista de la belleza del cuerpo’… Y DIJIMOS QUE ESTABA BIEN.

»Y luego, alguien más, llevó mas allá esa apreciación, publicando fotografías de niños desnudos, llevándolas aún más allá cuando las colocó en Internet. Y DIJIMOS QUE ESTABA BIEN. Ellos tienen derecho a su libertad de expresión….

»Luego la industria de las diversiones dijo: “Hagamos un show por televisión y películas que promuevan lo profano y la violencia, el sexo ilícito…” Y DIJIMOS QUE ESTABA BIEN.

»Grabemos música que estimule las violaciones, el uso de las drogas, los suicidios, los temas satánicos y las depresiones…Y DIJIMOS QUE ESTABA BIEN.

»Además agregamos: “No es más que diversión, no tiene efectos negativos, de todos modos nadie lo toma en serio, así que ¡adelante!” Y DIJIMOS QUE ESTABA BIEN.

»Ahora nos preguntamos:


¿Por qué nuestros niños están tan alterados, parecen no tener conciencia y no tener capacidad de distinguir entre el bien y el mal?

¿Por qué no les preocupa tratar mal a sus compañeros de escuela?

¿Por qué no respetan a sus padres ni a sus autoridades en la escuela?

¿Por qué tenemos tanta juventud violenta viciosa y muchos de ellos deseando suicidarse?

¿Por qué hay tantas familias deshechas, adulterios, engaños, etc.?

»Probablemente, si lo pensamos bien y reflexionando, encontraremos la respuesta. Tiene mucho que ver con que “LO QUE SEMBRAMOS ES LO QUE RECOGEMOS”.»


Estas últimas reflexiones son muy apropiadas: Es una realidad que en Occidente hay una preocupación por la falta de valores entre los jóvenes (y en el conjunto de la sociedad), que no se ve correspondida con un comportamiento responsable en relación con las principales fuentes educativas (principalmente, los medios de comunicación). La crítica de Graham aquí es muy acertada. Tal como lo expresó el filósofo estadounidense John Dewey: “Nos reímos del honor y luego nos sorprendemos de encontrar traidores entre nosotros”. Si descuidamos o despreciamos la capacidad de influencia ética de nuestros hábitos, no nos sorprendamos de la degradación moral de nuestro entorno social.

Ahora bien, respecto a la sabia sentencia “lo que sembramos es lo que recogemos”, no olvidemos que las reflexiones de Anne Graham son una respuesta a la pregunta inicial de cómo pudo Dios permitir que sucediera el 11-S. De modo que el argumento de fondo de todas estas reflexiones (las sensatas y las insensatas) sigue siendo que Dios ha permitido los ataques terroristas debido a la degradación moral de la sociedad estadounidense.

Graham concluye:

«Es curioso comprobar cómo hay artículos lujuriosos, crudos, vulgares y obscenos que circulan libremente por el ciberespacio…. Pero la conversación con Dios en público se suprime en las escuelas, en los lugares de trabajo y a veces hasta en el hogar.

»Es curioso ver como nos preocupa más lo que piensan los demás de nosotros, que lo que Dios piensa de nosotros.»

Vuelve a mezclar peligrosamente el plano personal con el público. Como cristiana, es lógico y loable que promueva la oración en el hogar. Pero desde el punto de vista cristiano es inaceptable que en las escuelas y en los lugares de trabajo se establezca la oración como práctica obligatoria para todos los presentes; precisamente porque la oración es una vivencia personal y espontánea del creyente, no se puede institucionalizar, y menos en espacios públicos.

En el amplio listado de desviaciones éticas propias de Estados Unidos que menciona Anne Graham, llaman la atención algunas ausencias como las siguientes (por supuesto, algunas de estas realidades se podrían referir a otros países, pero me centro en Estados Unidos por ser el país del que habla Graham):

- La persistencia de movimientos racistas violentos, del estilo del Ku Klux Klan, sobre todo en las zonas más religiosas del país.

- El apoyo mayoritario a la pena de muerte, que en Estados Unidos se practica incluso contra menores (en el momento de cometer el crimen) y discapacitados. Un amplio porcentaje de sus ciudadanos expresan que desearían presenciar una ejecución.

- La presencia legal de menores de edad en el ejército estadounidense.

- El trabajo de miles de personas en condiciones de semiesclavitud en los estados de la Unión en los que hay mayor número de inmigrantes, en sectores como la prostitución, los empleados domésticos, la agricultura, las fábricas textiles y la hostelería.

- El expansionismo imperial y militar estadounidense, mediante incontables guerras e intervenciones armadas en todo el mundo (más intenso, precisamente, desde el 11-S).

- La avaricia de los banqueros y grandes capitalistas (muchos de ellos profesos cristianos), que promueve las desigualdades socioeconómicas hasta extremos escandalosos y que desequilibra los mercados, creando crisis que afectan a toda la población.

- El consumismo materialista de la sociedad estadounidense, el más exagerado y enfermizo del planeta.

- La posesión generalizada de armas de fuego por parte de la población.

- La existencia de numerosas milicias armadas, muchas de ellas autodenominadas “cristianas”.

El que ella no mencione estos pecados como abominables para Dios se debe a que su trasfondo ideológico coincide con el de la “Derecha Cristiana”, una corriente de origen evangélico (pero cada vez con mayor apoyo de católicos, judíos y derechistas seculares) contraria a la separación de la iglesia y el estado, y partidaria de la guerra, el uso de armas, la pena de muerte, las acciones militares del estado de Israel, la imposición de su visión religiosa en las instituciones… (consúltese el interesante libro de Clifford Goldstein, ¿Una nación bajo la autoridad de Dios?, Buenos Aires, ACES, 2002).

A veces nos llegan mensajes reenviados masivamente que, en una lectura superficial, nos parecen edificantes desde el punto de vista cristiano, pero que contienen ideas peligrosas. Analicemos críticamente estas cadenas, teniendo en mente que los mayores engaños del mundo actual no vienen de fuentes antirreligiosas, sino precisamente de personas que, diciendo defender la fe cristiana, promueven la imposición de sus creencias al conjunto de la sociedad. Como bien advierte Pablo, “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos” y podremos ser engañados por quienes se expresen “teniendo apariencia de piedad, mas negando la eficacia de ella” (2 Timoteo 3: 1-5).

Una versión de este mensaje en forma de presentación de diapositivas añade la típica apelación de las cadenas enviadas por correo electrónico: «Es curioso ver cómo, cuando envíes este mensaje, no se lo mandarás a mucha gente que está en tu lista de direcciones porque no estás seguro de sus creencias, o lo que pensarán DE TI por enviárselo. Alguien sacó el tiempo para enviármelo, yo para arreglarlo y pasártelo, ahora espero que hagas lo que creas que está bien.»

Parafraseando a Anne Graham, diremos: “Nos llegaron mensajes anticristianos con apariencia de piedad, los reenviamos a todos nuestros contactos… y dijimos que estaba bien”.


sábado, 5 de junio de 2010

Política eclesiástica

Por E. Baamonde y G. Sánchez

(http://yoestoyalapuerta.blogspot.com/)

(En la Unión Adventista Española han comenzado los preparativos para la Asamblea de la primavera de 2012. Es de desear que toda la feligresía esté informada de los procesos eclesiales y participe en ellos. Por eso he considerado conveniente rescatar este artículo que se publicó en dos partes en los boletines de Aeguae de abril de 2009 y mayo de 2009, unificando ambas en un texto seguido y añadiendo algunos destacados. Sería interesante que más hermanos realizaran sus aportaciones, promoviéndose así un sano debate y una circulación transparente de ideas y propuestas, de modo que el conjunto de la iglesia se enriquezca y los resultados de tan importante encuentro se ajusten a las auténticas necesidades de la iglesia. Jonás Berea)

Tradicionalmente la Iglesia Adventista ha evitado pronunciarse sobre cuestiones relacionadas con la política “del mundo”. Igualmente, en el funcionamiento institucional de nuestra iglesia se procura rechazar los comportamientos políticos. En relación con las elecciones en la iglesia local, el Manual de la Iglesia establece: “Todo lo que sea de naturaleza política debe evitarse” (pág. 200). Al tratar sobre la elección de delegados para los congresos de Asociación, Misión o Unión, se insiste en que “no debe permitirse la presencia de nada que se asemeje a maniobras de tipo político” (pág. 207), y en que “cualquier dirigente de una Iglesia local o de una Asociación o Misión que intente controlar los votos de un grupo de delegados está descalificado para ejercer cargo alguno” (pág. 208).

La palabra “política” está cargada de connotaciones en general negativas, pues se asocia a la actuación de los cargos públicos, con sus luchas de poder, enfrentamientos verbales, campañas, mítines y, tristemente, promesas incumplidas, mentiras descaradas y corrupción. En este sentido, es más que sensato que a la hora de gestionar los asuntos de la iglesia nos esforcemos por evitar cualquier actuación que se acerque a esos aspectos de la política.

Pero también es cierto que desde el momento en que una institución se organiza, adquiere, lo pretenda o no, una naturaleza política. Pues la política, en un sentido amplio, son todos los mecanismos de funcionamiento y normas de que se dota una institución, desde una asamblea de vecinos hasta la Organización de las Naciones Unidas, pasando por un centro escolar, una mancomunidad de municipios, una ONG… o una iglesia.

Por supuesto, como adventistas del séptimo día estamos convencidos de que la naturaleza de la iglesia no se limita a lo institucional (“político”), sino que ante todo ésta es el cuerpo de Cristo y tiene una misión divinamente ordenada. Y que además el Espíritu Santo, aun en la peor de las situaciones desde el punto de vista humano, interviene guiando a la iglesia. Pero todo ello no elimina el carácter político (organizativo-institucional) de la iglesia. La prueba es que los modos de funcionamiento institucional establecidos tanto en el Manual de la Iglesia como en el Working Policy se basan en mecanismos (en principio) democráticos, como son la elección de delegados, la representatividad, el voto, etcétera. La propia estructura mundial de nuestra iglesia, aun basándose en los principios bíblicos, recibió influencia de la estructura política de los Estados Unidos (ver Daniel Basterra, “La forma de gobierno de la Iglesia Adventista”, Aula 7, nº 3, julio de 1991).

Por tanto, los aspectos políticos son ineludibles también en nuestra iglesia-institución. Atendiendo al campo semántico del término, resulta incluso inconveniente no ser político. Sería tanto como no estar involucrado en las orientaciones o directrices que rigen la actuación de nuestra entidad eclesial. No ser político implicaría no estar interesado en el desarrollo de lo que nos es común a todos los adventistas, de lo público de nuestra iglesia. ¿Es esto compatible con un compromiso personal, expresado en el voto bautismal, de apoyo a la iglesia y a su buen funcionamiento orientado a cumplir la misión evangélica? Siguiendo esta argumentación por reducción al absurdo, podemos concluir que lo evitable no será ser político, sino ciertas actitudes que se dan en “lo político” y que pueden resultar incompatibles con “lo cristiano”.

Con lo político nos ocurre algo parecido a lo que les ocurría a los judíos con el nombre de Dios: para evitar utilizarlo en vano recurrían a no utilizarlo nunca, incurriendo de esta forma en error por defecto. Cuando el Manual de la Iglesia insta a que evitemos “todo lo que sea de naturaleza política”, es obvio que se refiere a la creación de facciones o partidos, y al enfrentamiento entre los mismos por imponerse en la toma de decisiones. Todo delegado, consejero o dirigente debe por tanto someter sus propias inclinaciones y estar abierto a que en la toma de decisiones triunfen la justicia, la equidad, el bien común, y, por supuesto, el amor. Eso sí, jamás el concepto de “bien común” debe entenderse como el supuesto bien de la estructura institucional si ello implica que una decisión deje de lado el hecho fundamental de que lo que Dios ama y salva no son estas estructuras (necesariamente caducas), sino a personas concretas (ver al respecto Personas, no instituciones, un excelente editorial de Protestante Digital, 7 de octubre de 2008). A veces parece que es más grave criticar a una institución que aplastar a una persona, y eso va contra la esencia del evangelio.

Cualquiera que haya participado en asambleas o consejos de nuestra iglesia es consciente de que pueden darse lo que el Manual de la Iglesia llama “maniobras de tipo político”: decisiones tomadas por unos pocos antes de que se eleve una propuesta formal al órgano que debe decidir, diferencias más que notables en el volumen y la calidad de información manejada por los miembros de ese órgano, ocultamiento de información básica, etcétera.

La pregunta clave es: ¿Se deben estas distorsiones fundamentalmente a la falibilidad y debilidad de la naturaleza humana, o algo falla en la propia organización? ¿Se promueven en nuestro medio una mentalidad y unas prácticas realmente transparentes, igualitarias, democráticas, garantistas?

Hay ocasiones en que el pánico a que una asamblea o consejo degenere en un foro “político”, conduce a un mal todavía peor que la política, cual es el politiqueo. Para evitar que se desbaraten planes preparados de antemano, quizá por responsables bienintencionados, se prefiere trabajar en secreto. Para evitar que ciertos hechos supuestamente escandalosos salgan a la luz y puedan ser depurados convenientemente, se prefiere sepultarlos bajo el sagrado principio del secreto, con la terrible consecuencia de que el problema se prolonga en el tiempo, y para colmo al final acaba conociéndose y haciendo más daño que con un reconocimiento y solución a tiempo.

Propuestas de mejora

Si pensamos que los procedimientos de que disponemos y su puesta en práctica son perfectos, estaremos vacunados contra cualquier posibilidad de mejora. En cambio, una sana autocrítica puede ser constructiva y puede ayudar a cambiar esquemas mentales, a mejorar la práctica en los procedimientos y a evitar errores que, quizá por inercia, cometemos de forma sistemática.

El propósito de este artículo es hacer aportaciones constructivas, apoyándonos en una idea básica: la fe en la iglesia como proyecto divino. Cuando los representantes elegidos (delegados, consejeros, etc.) toman decisiones, la iglesia acepta los resultados, aun siendo conscientes de que el elemento humano es falible, pues sabemos que Dios está presente. Pero para ello debemos tener fe en que no es necesario urdir los resultados de una decisión antes de que todos los implicados puedan tomarla; deben ponerse todos en un mismo nivel y tomar las decisiones de forma genuinamente colegiada sin “arreglarle” las cosas a Dios para que “su voluntad” acabe siendo la de unos pocos (que ya han decidido de antemano qué es lo mejor para el “bien común”).

Sometemos a la consideración de todos los hermanos unas ideas o propuestas, con el objetivo de que se reflexione sobre ellas y, en caso de considerarse oportunas, se adopten en los diferentes niveles organizativos (desde la iglesia local hasta los consejos de las instituciones o de la Unión).

1. Principio acusatorio frente a principio inquisitorio. No se necesita mucha experiencia en comisiones de nombramientos para ser testigo de situaciones como ésta: propuesta del hermano “X” para una determinada responsabilidad, objeción del hermano “Y” sobre la falta de idoneidad del hermano “X”. Sin tan siquiera oír al hermano “X”, sin haberle dado la posibilidad de refutar las “acusaciones”, es apartado de la propuesta y sustituido por otra persona. Esa forma de actuar se sigue también en los casos en que hay que disciplinar a una persona: se le permite hablar libremente en el consejo correspondiente, pero todas las deliberaciones se hacen una vez se le ha hecho salir, de modo que la persona “acusada” no puede responder a ninguna de las informaciones u opiniones que se hagan sobre ella.

Esta forma de proceder está inspirada por el denominado principio inquisitorio, de creación romana en la época del Alto Imperio. Tal principio es propio de los regímenes autoritarios en los que no se considera la presunción de inocencia –más bien la de culpabilidad– y se respetan poco o nada las garantías procesales. Es sólo una de las contradicciones que podemos encontrar en nuestra forma de funcionar. Decimos evitar toda forma política y sin embargo trasladamos a nuestro “procedimiento” formas de la peor política que podemos encontrar en la historia.

Ya en 1882 el legislador español trasladó a la regulación del proceso penal otro principio bien distinto, el principio acusatorio, también de creación romana, pero de la época anterior republicana en la que las decisiones políticas no eran autoritarias y se buscaba el consenso mediante discusiones y acuerdos en el Senado. Mediante este principio se establecen unas garantías procesales para que en caso de decidir la culpabilidad de alguna conducta, quede debidamente acreditada la misma. Entre estas garantías está la obligatoriedad de la contradicción entre las partes, con lo que se dota de posibilidad de defensa al acusado.

Debe resaltarse una creciente inquietud sobre este asunto en nuestra iglesia. La XVIII Asamblea General de la UAE llevó a establecer en el artículo 49 de nuestro Reglamento General la necesidad de que un hermano afectado por una solicitud de disciplina efectuada por otra persona, debe gozar de la oportunidad de ser escuchado y poder contradecir a su objetor en presencia de éste y de la junta de iglesia. Lástima que sólo se contemple esta opción en el caso de las juntas de iglesia locales y circunscrito a los asuntos de disciplina eclesiástica. Desde nuestro punto de vista esta tímida reforma debiera extenderse a los restantes ámbitos de la iglesia en los que se cuestione la imagen, honor y credibilidad de cualquier persona.

2. Formación de miembros y de delegados. Convendría que en la formación básica que se considera debe conocer el miembro nuevo de nuestra iglesia, además de las creencias fundamentales se incluyeran conocimientos sobre el funcionamiento institucional, sus principios y sus mecanismos.

Es sabido que muchos de los delegados que acuden a la Asamblea de la Unión lo hacen sin un conocimiento suficiente de los procedimientos y de los Estatutos, de modo que su actuación prácticamente se limita a votar en función de unas impresiones de última hora. Por eso en las iglesias locales las personas que tengan experiencia deberían promover charlas-coloquio y actividades sobre el funcionamiento institucional, a fin de que el máximo número de personas estuvieran capacitadas para participar como delegados con conocimiento de causa, y cuando llegara la Asamblea estuvieran suficientemente preparadas.

3. Estatutos disponibles. La Unión debería difundir ampliamente los Estatutos, de modo que todos los hermanos, o al menos los que participan en los consejos de iglesia, pudieran disponer de una copia. También debería animarse a que todo miembro activo tuviera y manejara el Manual de la Iglesia.

4. Preparación de los delegados. Sería apropiado que los delegados de las iglesias fueran elegidos con suficiente antelación, de modo que antes de que se celebrara la Asamblea los delegados de las distintas iglesias pudieran haber compartido unos con otros las propuestas que cada una de ellas eleva a la Asamblea, y así haber reflexionado sobre estas aportaciones y no tener que decidir de forma precipitada.

5. Información amplia sobre la Asamblea. Cuando los delegados regresan de la Asamblea, deberían informar ampliamente del desarrollo de la misma a todos los miembros, comunicando no sólo los resultados, sino también explicando el proceso que se ha seguido para llegar a ellos.

6. Candidaturas. Esta propuesta se comentó de manera privada en su día por parte de un pastor y la consideramos digna de tenerse en cuenta. Consiste en crear candidaturas a la presidencia, de forma que los delegados en la Asamblea pudieran tener un criterio sobre los proyectos y vías de realización que cada candidato pretendiese ejecutar. Puede sonar mucho a “política del mundo” y ya se oirán las rasgaduras de alguna tela, pero seamos honestos. De este modo el conjunto de los delegados podría conocer de forma abierta y transparente con qué posibles dirigentes cuenta la iglesia, se evitaría que unos pocos decidieran entre varios candidatos y el elegido asumiría un compromiso ante la iglesia.

Muchas de estas ideas se comentan con frecuencia entre los hermanos, pero como pocas veces llegan a plasmarse por escrito como propuestas fundamentadas, acaban diluyéndose. Hay quienes consideran inútil cualquier iniciativa de cambio, y se resignan afirmando: “No nos engañemos, las instituciones no cambian”. Convencidos de que la iglesia del Señor debe reformarse permanentemente, animamos a que los miembros redacten y sometan a la reflexión colectiva otras propuestas de mejora, para contribuir a “perfeccionar a los santos para desempeñar su ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4: 12).