Por M. F. S. Bravo (http://yoestoyalapuerta.blogspot.com/)
«¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de la lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas. No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ella con dureza y con violencia. Y andan errantes por falta de pastor, y son presa de todas las fieras del campo, y se han dispersado» (Ezequiel 34: 2-5).
Habría que aprender a distinguir entre lo que es y lo que debe ser un ministro del evangelio según Dios y lo que suele ser en realidad en algunos casos, cuando los hombres lo ejercen según sus propias sabidurías humanas o, en el peor de los casos, sus íntimos intereses personales.
Hay abuso cuando un líder usa su posición para controlar o dominar a otra persona; esto incluye el avasallamiento de los sentimientos y las opiniones del otro, sin considerar lo que pasará con su bienestar personal, emociones o crecimiento espiritual. En este caso, la autoridad es usada para pasar por encima, para destruir y debilitar.
No es abuso cuando un dirigente (como cualquier otro hermano) confronta a alguien por algún pecado (malas obras o malos testimonios que deben ser corregidos) y el objetivo es salvar y restaurar, no avergonzar o desacreditar, como vemos en tantos casos...
Fijémonos en lo que dice Jeremías (6: 13-14): «Porque desde el más chico de ellos hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores. Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: paz, paz; y no hay paz.»
¡Qué triste! Los dirigentes religiosos están tan ensimismados que no tienen tiempo ni fuerzas para atender las necesidades reales de la gente, el pueblo de Dios. Jesús nos dice: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11: 28).
Si las relaciones espirituales que tenemos en el nombre de Jesús no nos dan descanso sino que nos cansan más a medida que pasa el tiempo, entonces no están representando verdaderamente el propósito de Jesús, que vino a levantar la carga de los hombros de la gente cansada.
Desgraciadamente no existe la comunidad ni la iglesia perfecta, en la que la gente nunca es herida. Pero la diferencia entre un sistema de abuso y uno que no lo es reside en que, si bien puede haber en ambos conductas que hieran, en el primero no se permite hablar de esas heridas, de esos abusos y malos tratos. De ahí que la herida no sane una vez que se produce, que no haya restauración, y que la víctima sea llevada a sentirse culpable por cuestionar o señalar el problema. También sobre esto, Jesús tuvo algo –y bastante fuerte– que decir: «¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos?» (Mateo 12: 34). «¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?» (Mateo 23: 33).
La Biblia describe con frecuencia la iglesia en términos de una familia. Somos hijos de Dios, parte de la familia de Dios y hermanos unos de otros.
En una familia sana, los padres ayudan, apoyan y capacitan a los hijos. Utilizan su posición de autoridad para preparar a sus hijos para la vida; sirviéndoles, animándoles, y dándoles las experiencias, mensajes y relaciones que necesitan. Pero en muchas ocasiones nos encontramos que la familia de la iglesia no se preocupa por sus miembros, por lo que sienten, lo que desean o necesitan.
En una iglesia sana, Dios es la fuente de aceptación, amor y valor. El pastor, los líderes y maestros están para ayudar a los miembros y capacitarlos. Su tarea es preparar a los miembros para el ministerio; sirviéndoles, edificándoles y dándoles las experiencias, mensajes y relaciones que necesitan. Pero lamentablemente vivimos últimamente situaciones donde no importa lo que la gente piensa, siente o desea. En estos casos en que los miembros están para acatar (voluntariamente o no) los deseos de los líderes, cuando alguien utiliza su posición de poder o autoridad para forzar a otros al sometimiento, manipulándolos y avergonzándolos, esto causa un daño espiritual y emocional grave, y se producen heridas irreparables en muchos casos. El lugar que debería ofrecer la mayor seguridad, ¡nuestro refugio!, en realidad está ofreciendo la mayor inseguridad, y ésta es una situación bien triste.
Cuando un dirigente se despreocupa de su rebaño y sólo mira su propio interés, las ovejas que están a su cargo se desorientan (pues aquél solo cuida de ellas por interés en el salario, mirando la posición de influencia que esto les procura, etc.). En lugar de aumentar su rebaño, es como si el pastor prefiriese disminuirlo para trabajar menos, para preocuparse menos, para no ejercer su vocación como les corresponde. Ese rebaño necesita otro pastor, un pastor genuinamente consagrado, auténtico, que tenga la oportunidad de ejercer bien su misión.
Los guías olvidan a veces que este asunto es entre el dueño de las ovejas y sus pastores, y que se les pedirán cuentas de cómo han cuidado y guiado al rebaño.
Con frecuencia nos encontramos que la institución, en nombre del evangelio (del que se siente guardiana), se predica a sí misma o se erige en un poder controlador. Posiblemente lo hace de buena fe y con objetivos honrados y respetables, pero se atribuye funciones que sólo pertenecen a Dios.
La reflexión se impone cuando examinamos la forma de hacer y de trabajar del propio Jesús. Hay unos caminos que nos llevan a la renovación y nos acercan a su espíritu, y otros que no. Es importante estudiar el evangelio, no para encontrar formas externas o doctrinales que excluyan y estigmaticen a los que no piensan como nosotros, sino para llenarnos del espíritu de amor y generosidad que movió a Jesús, en el cual todos se sentían acogidos.
Sí, es posible otra iglesia en la que no nos movamos por el interés personal, por las ansias de ser grandes, influyentes y poderosos, sino por un espíritu de humildad que nos lleve a acercarnos los unos a los otros, para compartir la riqueza del amor de Dios.
Sí, es posible otra iglesia que sea un instrumento de servicio y no de abuso.
«¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de la lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas. No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ella con dureza y con violencia. Y andan errantes por falta de pastor, y son presa de todas las fieras del campo, y se han dispersado» (Ezequiel 34: 2-5).
Habría que aprender a distinguir entre lo que es y lo que debe ser un ministro del evangelio según Dios y lo que suele ser en realidad en algunos casos, cuando los hombres lo ejercen según sus propias sabidurías humanas o, en el peor de los casos, sus íntimos intereses personales.
Hay abuso cuando un líder usa su posición para controlar o dominar a otra persona; esto incluye el avasallamiento de los sentimientos y las opiniones del otro, sin considerar lo que pasará con su bienestar personal, emociones o crecimiento espiritual. En este caso, la autoridad es usada para pasar por encima, para destruir y debilitar.
No es abuso cuando un dirigente (como cualquier otro hermano) confronta a alguien por algún pecado (malas obras o malos testimonios que deben ser corregidos) y el objetivo es salvar y restaurar, no avergonzar o desacreditar, como vemos en tantos casos...
Fijémonos en lo que dice Jeremías (6: 13-14): «Porque desde el más chico de ellos hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores. Y curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: paz, paz; y no hay paz.»
¡Qué triste! Los dirigentes religiosos están tan ensimismados que no tienen tiempo ni fuerzas para atender las necesidades reales de la gente, el pueblo de Dios. Jesús nos dice: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11: 28).
Si las relaciones espirituales que tenemos en el nombre de Jesús no nos dan descanso sino que nos cansan más a medida que pasa el tiempo, entonces no están representando verdaderamente el propósito de Jesús, que vino a levantar la carga de los hombros de la gente cansada.
Desgraciadamente no existe la comunidad ni la iglesia perfecta, en la que la gente nunca es herida. Pero la diferencia entre un sistema de abuso y uno que no lo es reside en que, si bien puede haber en ambos conductas que hieran, en el primero no se permite hablar de esas heridas, de esos abusos y malos tratos. De ahí que la herida no sane una vez que se produce, que no haya restauración, y que la víctima sea llevada a sentirse culpable por cuestionar o señalar el problema. También sobre esto, Jesús tuvo algo –y bastante fuerte– que decir: «¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos?» (Mateo 12: 34). «¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?» (Mateo 23: 33).
La Biblia describe con frecuencia la iglesia en términos de una familia. Somos hijos de Dios, parte de la familia de Dios y hermanos unos de otros.
En una familia sana, los padres ayudan, apoyan y capacitan a los hijos. Utilizan su posición de autoridad para preparar a sus hijos para la vida; sirviéndoles, animándoles, y dándoles las experiencias, mensajes y relaciones que necesitan. Pero en muchas ocasiones nos encontramos que la familia de la iglesia no se preocupa por sus miembros, por lo que sienten, lo que desean o necesitan.
En una iglesia sana, Dios es la fuente de aceptación, amor y valor. El pastor, los líderes y maestros están para ayudar a los miembros y capacitarlos. Su tarea es preparar a los miembros para el ministerio; sirviéndoles, edificándoles y dándoles las experiencias, mensajes y relaciones que necesitan. Pero lamentablemente vivimos últimamente situaciones donde no importa lo que la gente piensa, siente o desea. En estos casos en que los miembros están para acatar (voluntariamente o no) los deseos de los líderes, cuando alguien utiliza su posición de poder o autoridad para forzar a otros al sometimiento, manipulándolos y avergonzándolos, esto causa un daño espiritual y emocional grave, y se producen heridas irreparables en muchos casos. El lugar que debería ofrecer la mayor seguridad, ¡nuestro refugio!, en realidad está ofreciendo la mayor inseguridad, y ésta es una situación bien triste.
Cuando un dirigente se despreocupa de su rebaño y sólo mira su propio interés, las ovejas que están a su cargo se desorientan (pues aquél solo cuida de ellas por interés en el salario, mirando la posición de influencia que esto les procura, etc.). En lugar de aumentar su rebaño, es como si el pastor prefiriese disminuirlo para trabajar menos, para preocuparse menos, para no ejercer su vocación como les corresponde. Ese rebaño necesita otro pastor, un pastor genuinamente consagrado, auténtico, que tenga la oportunidad de ejercer bien su misión.
Los guías olvidan a veces que este asunto es entre el dueño de las ovejas y sus pastores, y que se les pedirán cuentas de cómo han cuidado y guiado al rebaño.
Con frecuencia nos encontramos que la institución, en nombre del evangelio (del que se siente guardiana), se predica a sí misma o se erige en un poder controlador. Posiblemente lo hace de buena fe y con objetivos honrados y respetables, pero se atribuye funciones que sólo pertenecen a Dios.
La reflexión se impone cuando examinamos la forma de hacer y de trabajar del propio Jesús. Hay unos caminos que nos llevan a la renovación y nos acercan a su espíritu, y otros que no. Es importante estudiar el evangelio, no para encontrar formas externas o doctrinales que excluyan y estigmaticen a los que no piensan como nosotros, sino para llenarnos del espíritu de amor y generosidad que movió a Jesús, en el cual todos se sentían acogidos.
Sí, es posible otra iglesia en la que no nos movamos por el interés personal, por las ansias de ser grandes, influyentes y poderosos, sino por un espíritu de humildad que nos lleve a acercarnos los unos a los otros, para compartir la riqueza del amor de Dios.
Sí, es posible otra iglesia que sea un instrumento de servicio y no de abuso.
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ResponderEliminarAcertada constatación. Es una pena que también esta iglesia, particularmente por la actitud de sus dirigentes, caiga en actitudes y procedimientos explícitamente condenados por la Escritura, empezando por el Maestro (ver, p. ej., Mateo 20: 20-27).
ResponderEliminarPor causa de ello, como bien dice el autor, la comunidad eclesial, que debería ser un remanso de fraternidad en medio del mundo, se convierte cada vez más en un lugar triste, incómodo e inseguro.
Es deber de todos contribuir a recuperar la pureza evangélica. La Reforma, lo dijo Lutero, siempre debe seguir reformándose. No a los abusos, no a las jerarquías, no a la autocomplacencia, Sí a la verdad, sí a la justicia, sí al AMOR entre todos los hermanos.
Saludos cordiales y fraternales.
Este blog no está activo; tiene continuidad en el siguiente blog:
ResponderEliminarhttps://jonasberea.wordpress.com/